martes, noviembre 29, 2005
Vidas de cartón.
El novio de su mamá lo despierta con un codazo suave. Él se da vuelta, remolón, y le da la espalda. El codo se vuelve incisivo, y se clava en su columna. Kevin gruñe ahogadamente, deja salir un suspiro fastidioso y se incorpora, restregándose los ojos plagados de lagañas. Durmió mal. Si bien tiene 8 años, es bastante grande para su edad, y compartir la cama con sus cuatro hermanos, su mamá y el novio lo pone de mal humor. Hace demasiado calor para estar tirados todos juntos, la pieza huele agrio. Además, los mosquitos. Le zumbaron en el oído toda la noche, no pudo pegar un ojo (a pesar de las lagañas) temiendo que se le metieran adentro y le picaran los sueños.
Mira por la ventana sin vidrio, a través del plástico sucio que convenientemente se rompió hace dos días, aunque no sopla viento y la humedad se estanca en el colchón sin sábanas. El relleno es más caluroso todavía, y entre sus hendiduras las pulgas se construyeron un nido muy cómodo que no dudan en habitar. Entre sus hermanos pelean por el gran trofeo: el que tenga más ronchas gana.
Se rasca la rodilla derecha hasta sacar sangre. Encuentra una satisfacción enorme en eso. Y lo ayuda a despabilarse. Tiene la frente perlada de sudor, debajo del flequillo desprolijo y mugriento que pronto cubrirá con una gorra azul de Petrobrás que encontró tirada en los pastizales de la estación Paternal. Salta del colchón, se pone las zapatillas -antes blancas, seguramente- que comparte con Cristian, el hermano que le sigue, y sale al patio.
Colita sigue royendo el mismo hueso de ayer, y de antes de ayer. Lo palmea en la espalda, cuidándose de no tocarle el costado. Colita tiene sarna y la piel se le está cayendo a pedazos. Como si fuera una corte real, las moscas lo siguen y se posan en la herida, dejando pequeños huevos que después dejarán pequeños gusanos. Kevin ya le sacó cuatro, pasa que Colita no se deja. Parece que le duele, y que no se cura, por más agua que le tire para limpiarlo.
Anoche consiguieron sogas nuevas, así que las va a preparar antes de salir. Parece mentira, que la gente tire tantas cosas buenas. No saben aprovechar lo que tienen, diría su mamá. Mejor, diría Carlos, el novio. Es bueno, Carlos. A veces se tira pedos a la noche, y huele muy raro, pero lo deja ir arriba de la carretilla cuando vuelven de yirar, y siempre le deja el último culito del vaso de vino que se toma todas las noches en el bar de Chacarita. Y le pega muy poco, aún cuando está borracho y el aliento le sale dulce. La trata bien a mamá, le hace caricias casi todas las noches. Al principio se asustó porque pensó que la estaba lastimando, pero después le explicó que no, que esos eran besos especiales, que cuando fuera más grande le iba a enseñar cómo darlos.
Kevin no entiende por qué tiene que esperar a ser grande, si Micaela recién tiene seis y ya sabe. Carlos le enseña, cuando mamá va al comedor a buscar la leche en polvo. Tampoco entiende por qué Mica llora tanto después, si son besos, y los besos no duelen. Menos si son especiales.
El retumbar de la puerta de chapa lo saca de sus reflexiones. Es hora de trabajar. El verano es fastidioso y pesado, pero por lo menos ya es de día cuando salen. Es menos peligroso, les roban menos cartones. Pero también, hay más gente en el tren blanco, hay más chicos pichuleando bolsas, hay menos cosas para aprovechar, la comida se pudre más rápido, y todo el mundo parece tener peor humor. Al final, lo único bueno del verano es que apenas empieza, en el comedor les dan una rebanada de pan dulce y un vaso de coca; y que con la ropa que tiene le alcanza, no se tiene que abrigar con la campera verde de Mica, que se queda en casa. Además, francamente, ya le está quedando muy chica.
Mientras caminan bajo el rayo del sol, hasta la estación, Kevin sigue pensando y arrastrando los pies. Hay muchas cosas que no entiende. La gente, lo primero.
La gente pone cara de asco cuando pasan cerca de la carretilla, y eso que lo que juntan es limpio. Tendrían que pasar por casa para saber cómo huele el mal olor. A veces vienen caminando por la misma vereda, y cuando los ven, a Carlos y a él, se cruzan para enfrente. Una vez a una señora rubia casi la pisa un taxi por cruzar sin mirar, sin mirarlos a ellos. Lo más gracioso es cuando pasan con la vista fija. Caminan rápido y a veces pisan caca, o se tropiezan, todo por apurados. Todo por hacer de cuenta que Kevin no existe. Estaría bueno ser invisible de verdad.
La gente aprieta las carteras y los maletines cuando va por la calle y no puede cruzar enfrente. Como si fueran a robarles. Ellos trabajan en serio; desde siempre, en casa el plan fue trabajar. Es un chico honrado, no va a hacer como Matías, que en vez de poner voluntad y salir como él, sale para Constitución y empuja a los pasajeros al borde de la estación, a la línea amarilla, para asustarlos y robarles la billetera, o el celular. Siempre la misma discusión: eso no es de buena persona, acusa Kevin. No, es de necesidad, le replica Matías. Siempre terminan jugando con el telefonito, haciendo las pases, escondidos para que el gendarme que vigila no los vea y les obligue a entregar el celular.
La gente desaprueba, pone la misma cara que mamá cuando ve que Kevin se rasca mucho las piernas, o cuando la sopa tiene mucha agua y poco arroz, o cuando Cristian se hace pis en la cama y llora. Y sí, Cristian ya está grande como para seguir mojándose de noche. Más porque siempre lo termina mojando a él también. Pero mamá no lo reta mucho. Claro, le tiene lástima porque le falta la pierna. Pero si le falta es por culpa de él, por jugar en el potrero ese, al costado de la Estación Chacarita, por tirar la pelota a las vías. Siempre fue un patadura. Y ahora ni eso. Ahora lo único que puede hacer es patear de chilena y tampoco le sale.
En cambio, Kevin es un jugadorazo. Juega todos los días, a la nochecita, después de entregar lo que juntaron en la jornada. Doña Elisa le va regalando trapos, que reemplazan los que despedaza cuando hace mucho jueguito y la pelota se empieza a desarmar. Cuando sea grande quiere ser como su papá, aunque nunca lo conoció. Su mamá jura que "jugaba como Maradona, en Almagro era la estrella, casi los saca campeones". Pasa que es difícil jugar con los pies desnudos, y mamá no lo deja usar las zapatillas porque dice que se arruinan, y que las necesita para trabajar.
Igual a veces hace lo que su mamá le prohíbe. Como comprar una bolsita del más barato, cuando puede, y tirarse panza arriba en el borde de la acequia, mirando el cielo que va cambiando de rosa a negro, y se llena de estrellitas. Mientras aspira con fuerza, se va relajando, se siente flotar. Y cuando ya no siente el pasto, cierra los ojos y se olvida.
Del estómago que le gruñe, de las ampollas en los pies, de las piernas picadas.
De Cristian, de Mica, de Carlos, de su mamá.
De su vida de cartón.
Tonight's song: Little girl blue - Janis Joplin. Best served with: la cosa no se termina cuando por fin la pasaste de largo, eh.
Mira por la ventana sin vidrio, a través del plástico sucio que convenientemente se rompió hace dos días, aunque no sopla viento y la humedad se estanca en el colchón sin sábanas. El relleno es más caluroso todavía, y entre sus hendiduras las pulgas se construyeron un nido muy cómodo que no dudan en habitar. Entre sus hermanos pelean por el gran trofeo: el que tenga más ronchas gana.
Se rasca la rodilla derecha hasta sacar sangre. Encuentra una satisfacción enorme en eso. Y lo ayuda a despabilarse. Tiene la frente perlada de sudor, debajo del flequillo desprolijo y mugriento que pronto cubrirá con una gorra azul de Petrobrás que encontró tirada en los pastizales de la estación Paternal. Salta del colchón, se pone las zapatillas -antes blancas, seguramente- que comparte con Cristian, el hermano que le sigue, y sale al patio.
Colita sigue royendo el mismo hueso de ayer, y de antes de ayer. Lo palmea en la espalda, cuidándose de no tocarle el costado. Colita tiene sarna y la piel se le está cayendo a pedazos. Como si fuera una corte real, las moscas lo siguen y se posan en la herida, dejando pequeños huevos que después dejarán pequeños gusanos. Kevin ya le sacó cuatro, pasa que Colita no se deja. Parece que le duele, y que no se cura, por más agua que le tire para limpiarlo.
Anoche consiguieron sogas nuevas, así que las va a preparar antes de salir. Parece mentira, que la gente tire tantas cosas buenas. No saben aprovechar lo que tienen, diría su mamá. Mejor, diría Carlos, el novio. Es bueno, Carlos. A veces se tira pedos a la noche, y huele muy raro, pero lo deja ir arriba de la carretilla cuando vuelven de yirar, y siempre le deja el último culito del vaso de vino que se toma todas las noches en el bar de Chacarita. Y le pega muy poco, aún cuando está borracho y el aliento le sale dulce. La trata bien a mamá, le hace caricias casi todas las noches. Al principio se asustó porque pensó que la estaba lastimando, pero después le explicó que no, que esos eran besos especiales, que cuando fuera más grande le iba a enseñar cómo darlos.
Kevin no entiende por qué tiene que esperar a ser grande, si Micaela recién tiene seis y ya sabe. Carlos le enseña, cuando mamá va al comedor a buscar la leche en polvo. Tampoco entiende por qué Mica llora tanto después, si son besos, y los besos no duelen. Menos si son especiales.
El retumbar de la puerta de chapa lo saca de sus reflexiones. Es hora de trabajar. El verano es fastidioso y pesado, pero por lo menos ya es de día cuando salen. Es menos peligroso, les roban menos cartones. Pero también, hay más gente en el tren blanco, hay más chicos pichuleando bolsas, hay menos cosas para aprovechar, la comida se pudre más rápido, y todo el mundo parece tener peor humor. Al final, lo único bueno del verano es que apenas empieza, en el comedor les dan una rebanada de pan dulce y un vaso de coca; y que con la ropa que tiene le alcanza, no se tiene que abrigar con la campera verde de Mica, que se queda en casa. Además, francamente, ya le está quedando muy chica.
Mientras caminan bajo el rayo del sol, hasta la estación, Kevin sigue pensando y arrastrando los pies. Hay muchas cosas que no entiende. La gente, lo primero.
La gente pone cara de asco cuando pasan cerca de la carretilla, y eso que lo que juntan es limpio. Tendrían que pasar por casa para saber cómo huele el mal olor. A veces vienen caminando por la misma vereda, y cuando los ven, a Carlos y a él, se cruzan para enfrente. Una vez a una señora rubia casi la pisa un taxi por cruzar sin mirar, sin mirarlos a ellos. Lo más gracioso es cuando pasan con la vista fija. Caminan rápido y a veces pisan caca, o se tropiezan, todo por apurados. Todo por hacer de cuenta que Kevin no existe. Estaría bueno ser invisible de verdad.
La gente aprieta las carteras y los maletines cuando va por la calle y no puede cruzar enfrente. Como si fueran a robarles. Ellos trabajan en serio; desde siempre, en casa el plan fue trabajar. Es un chico honrado, no va a hacer como Matías, que en vez de poner voluntad y salir como él, sale para Constitución y empuja a los pasajeros al borde de la estación, a la línea amarilla, para asustarlos y robarles la billetera, o el celular. Siempre la misma discusión: eso no es de buena persona, acusa Kevin. No, es de necesidad, le replica Matías. Siempre terminan jugando con el telefonito, haciendo las pases, escondidos para que el gendarme que vigila no los vea y les obligue a entregar el celular.
La gente desaprueba, pone la misma cara que mamá cuando ve que Kevin se rasca mucho las piernas, o cuando la sopa tiene mucha agua y poco arroz, o cuando Cristian se hace pis en la cama y llora. Y sí, Cristian ya está grande como para seguir mojándose de noche. Más porque siempre lo termina mojando a él también. Pero mamá no lo reta mucho. Claro, le tiene lástima porque le falta la pierna. Pero si le falta es por culpa de él, por jugar en el potrero ese, al costado de la Estación Chacarita, por tirar la pelota a las vías. Siempre fue un patadura. Y ahora ni eso. Ahora lo único que puede hacer es patear de chilena y tampoco le sale.
En cambio, Kevin es un jugadorazo. Juega todos los días, a la nochecita, después de entregar lo que juntaron en la jornada. Doña Elisa le va regalando trapos, que reemplazan los que despedaza cuando hace mucho jueguito y la pelota se empieza a desarmar. Cuando sea grande quiere ser como su papá, aunque nunca lo conoció. Su mamá jura que "jugaba como Maradona, en Almagro era la estrella, casi los saca campeones". Pasa que es difícil jugar con los pies desnudos, y mamá no lo deja usar las zapatillas porque dice que se arruinan, y que las necesita para trabajar.
Igual a veces hace lo que su mamá le prohíbe. Como comprar una bolsita del más barato, cuando puede, y tirarse panza arriba en el borde de la acequia, mirando el cielo que va cambiando de rosa a negro, y se llena de estrellitas. Mientras aspira con fuerza, se va relajando, se siente flotar. Y cuando ya no siente el pasto, cierra los ojos y se olvida.
Del estómago que le gruñe, de las ampollas en los pies, de las piernas picadas.
De Cristian, de Mica, de Carlos, de su mamá.
De su vida de cartón.
Tonight's song: Little girl blue - Janis Joplin. Best served with: la cosa no se termina cuando por fin la pasaste de largo, eh.
lunes, noviembre 21, 2005
Eurolidad
Bloqueaban la entrada de embarque, y no les importaba. Ella con una mochila enorme, negra, cargada hasta el límite de su capacidad; él, con un ramo de rosas que se quedaba en Argentina, los dos con los ojos anegados en lágrimas, con nudos en las gargantas. Son tres meses nada más, amor, vas a ver que se pasan volando, ensayaba ella. Te voy a extrañar, te voy a escribir todos los días, llamame cuando puedas, te amo tanto, decía él. No te olvides de mí, retrucaba ella. No me falles, no me cagues, hipaba él. Lo último que vio fueron dos piernas enfundadas en jeans gastados y una mochila negra, desvaneciéndose por el pasillo de la puerta 14, vuelo directo a Trieste.
Cómo llegaste, cómo estás, cómo estuvo el viaje, dormiste en el avión, hace mucho frío, ya llegaste a la Universidad, cómo son tus compañeros de cuarto, ya comiste, algún problema en la aduana, me alegro de que esté todo bien, llamame a la noche, te amo.
Cómo fue tu primer día, qué te enseñaron, la clase es en inglés, que lío, entendiste todo, te dieron tarea, no cazas un fulbo no, me extrañas, yo te extraño un montón, no sé cómo voy a hacer para vivir tres meses sin vos, estoy tachando los días, llamame a la noche, te amo.
Qué hiciste el fin de semana, aprovechaste para conocer algún lugar, te alcanza la plata, estás bien, cómo llegaste hasta ahí, ah mirá vos, me imagino, los trenes son una maravilla allá, claro, con razón, te acompañó alguien, a quién conociste, no me estarás cuerneando, no, ah bueno, me quedo tranquilo, llamame a la noche, te amo.
Te extraño tanto mi amor, extraño el olor de tu piel, tu pelo, tu boca, la abstinencia me está matando, no te pasa lo mismo, no doy más, tengo unas ganas de hacerte el amor que se me escapa del cuerpo, cuánto falta para que vuelvas, no me cagues, no me cagues, llamame a la noche, te amo.
No puedo creer que llegues mañana, te voy a estar esperando en el aeropuerto, el primer chico que veas con una sonrisa que no le entra en la cara voy a ser yo, tengo tanto que contarte, tengo tanto que preguntarte, tanto que hacerte, no puedo aguantar hasta mañana, hoy no voy a poder dormir, nos vemos en 20 horas, te amo.
Bloqueaban la puerta de desembarque otra vez, fundidos en un solo abrazo, respirando rápido, pecho con pecho, cosquillas en todo el cuerpo, tantas cosas para decir que salían entrecortadas, a borbotones. Sentados en la cafetería del aeropuerto, tomando agua de paraguas que era sólo una excusa para quedarse en ese preciso lugar, alejados de la familia ruidosa que venía a preguntar las preguntas más trilladas del mundo; la duda corrosiva hizo su aparición, tímida, casi vergonzosa: Con una mano en el corazón, me cagaste. No, mi amor. Me lo jurás. Sí, te juro que nadie tocó este cuerpito más que yo, pero. Pero qué. Pero en realidad no sé si te cagué. No te entiendo. Nada, que me toqué. Pero eso no es cagarme. Pero me toqué pensando en el profesor.
Cuando la moza fue a levantar las tazas, encontró un peso de propina, un ticket viejo de tren en un idioma raro, y un ramito de fresias frescas. Buscó con la mirada entre la gente, tratando de encontrar a la parejita que estaba sentada ahí. El chico estaba saliendo del aeropuerto, cabizbajo. La chica estaba sentada en el saloncito de espera, con la cara triste, mientras una señora vieja no paraba de hablarle.
Puso las fresias en un jarroncito y le pasó el trapo a la mesa.
Cómo llegaste, cómo estás, cómo estuvo el viaje, dormiste en el avión, hace mucho frío, ya llegaste a la Universidad, cómo son tus compañeros de cuarto, ya comiste, algún problema en la aduana, me alegro de que esté todo bien, llamame a la noche, te amo.
Cómo fue tu primer día, qué te enseñaron, la clase es en inglés, que lío, entendiste todo, te dieron tarea, no cazas un fulbo no, me extrañas, yo te extraño un montón, no sé cómo voy a hacer para vivir tres meses sin vos, estoy tachando los días, llamame a la noche, te amo.
Qué hiciste el fin de semana, aprovechaste para conocer algún lugar, te alcanza la plata, estás bien, cómo llegaste hasta ahí, ah mirá vos, me imagino, los trenes son una maravilla allá, claro, con razón, te acompañó alguien, a quién conociste, no me estarás cuerneando, no, ah bueno, me quedo tranquilo, llamame a la noche, te amo.
Te extraño tanto mi amor, extraño el olor de tu piel, tu pelo, tu boca, la abstinencia me está matando, no te pasa lo mismo, no doy más, tengo unas ganas de hacerte el amor que se me escapa del cuerpo, cuánto falta para que vuelvas, no me cagues, no me cagues, llamame a la noche, te amo.
No puedo creer que llegues mañana, te voy a estar esperando en el aeropuerto, el primer chico que veas con una sonrisa que no le entra en la cara voy a ser yo, tengo tanto que contarte, tengo tanto que preguntarte, tanto que hacerte, no puedo aguantar hasta mañana, hoy no voy a poder dormir, nos vemos en 20 horas, te amo.
Bloqueaban la puerta de desembarque otra vez, fundidos en un solo abrazo, respirando rápido, pecho con pecho, cosquillas en todo el cuerpo, tantas cosas para decir que salían entrecortadas, a borbotones. Sentados en la cafetería del aeropuerto, tomando agua de paraguas que era sólo una excusa para quedarse en ese preciso lugar, alejados de la familia ruidosa que venía a preguntar las preguntas más trilladas del mundo; la duda corrosiva hizo su aparición, tímida, casi vergonzosa: Con una mano en el corazón, me cagaste. No, mi amor. Me lo jurás. Sí, te juro que nadie tocó este cuerpito más que yo, pero. Pero qué. Pero en realidad no sé si te cagué. No te entiendo. Nada, que me toqué. Pero eso no es cagarme. Pero me toqué pensando en el profesor.
Cuando la moza fue a levantar las tazas, encontró un peso de propina, un ticket viejo de tren en un idioma raro, y un ramito de fresias frescas. Buscó con la mirada entre la gente, tratando de encontrar a la parejita que estaba sentada ahí. El chico estaba saliendo del aeropuerto, cabizbajo. La chica estaba sentada en el saloncito de espera, con la cara triste, mientras una señora vieja no paraba de hablarle.
Puso las fresias en un jarroncito y le pasó el trapo a la mesa.
martes, noviembre 08, 2005
De Ferias, Kermesses y similares.
Estas festividades, cuya duración por lo general es de un día o jornada, siguen sucediéndose sistemáticamente, sin perder un ápice de su convocatoria original. Teniendo simultáneamente competidores ultrafiesteros como la Creamfields, el Bue, el Personal Fest y tantos otros lugares para ir y perder el tiempo, las ferias populares mantienen a su encanto y a su target bien agarrados del estómago.
Tómese como ejemplo el Día del Inmigrante, cuyo festejo se realizó el pasado 30 de Octubre en Puerto Madero. En el predio del Hotel de los Inmigrantes, que funciona ahora como museo histórico, se plantaron muchísimas carpitas (aunque ahora la tendencia de diseño los llame gazebos, oh so cool), cada una representando a un país distinto. Así, Palestina estaba al lado de Serbia, Grecia al lado de Turquía y Eslovenia al lado de Italia, en un sano clima de aceptación multicultural.
Uno paga dos pesos, toma su lugar en una cola bastante importante, se registra y entra. ¿Qué es lo primero que ve? Gente vestida muy raramente. Túnicas de colores estridentes y trajes típicos abundan en el área (los trajes típicos de la mitad de los países se parecen peligrosamente, lo que nos hace pensar que todos descendemos de la misma modista sádica hija de una gran puta enferma del Tirol); se mezclan con cintas y telas representando a las banderas.
¿Qué es lo segundo que ve? Gente como uno, metiéndose a la fuerza en la boca un sandwich desproporcionado, un superpancho for export, una empanada abierta que tiene como relleno cucarachas al escabeche, y cerveza, mucha cerveza. Los olores se confunden y uno discierne, entre el barro, el pasto, la tierra y la mierda vieja, el aroma de las recetas típicas. Grasa, humo, caramelo, shawarma, leberwurst, klobasa, pisco chileno, mojito cubano, todo se incorpora al vaho, entre fétido
y apetitoso, que inunda como una nube todo el lugar.
De ahora en más no se trata de conocer otras culturas. Se trata de un desafío meramente personal, que consta de los siguientes objetivos fundamentales:
1. Pichulear la mayor cantidad posible de panfletos, flyers, revistitas, señaladores, folletos, fotos, postales, tarjetas y dibujos
infantiles de los stands, porque es GRATIS y porque si pagamos dos pesos, queremos algo a cambio.
2. Llevar en el bolso, cartera o mochila un frasco familiar de Hepatalgina y diez sobres de Uvasal. Lo primordial es no dejar nada sin probar, y hacerse el exótico en la medida de lo posible. ¿Cerebro de mono en gelatina, à la Indiana Jones? ¡Adentro! ¿Silicona removida de la Cicciolina, ensopada en tuco con albóndigas? ¡Yummy! ¿Uñas de los pies de Fidel con una deliciosa guarnición de rulitos cubanos y relleno de maraca? ¡Qué exquisitez! Y similares.
3. Pasearse de stand en stand, haciéndose el cosmopolita y explicándole a tu mujer la historia de cada país, como la leíste en tu libro de cuarto año de la secundaria. Quedar mal cuando la persona nativa te corrige. Irte del stand diciendo "estos
chilenos/cubanos/italianos toscos, ¡¿venir a explicarme a MI?!".
4. Marcar en el mapa que te dan en la entrada los cuatro stands autorizados a vender cerveza. Pivotear entre ellos durante toda la tarde, amenizando el trago con pequeños mordiscos a las degustaciones, que saben más ricas porque son gratis (ver objetivo nro. 1). No olvidar pasar hasta cinco veces por cada degustadora, preguntando qué estás probando cada vez, tomándola de boluda para que te siga alimentando sin pagar.
5. Pararte en el centro del predio frente al escenario, y emular cada danza típica como si la hubieras bailado toda la vida. Es importante mirar siempre al frente, para no perder el paso y para no ver la cara de la gente a tu alrededor, que está diciendo con los labios "¡Pero qué tipo pelotudo!". Al finalizar, dirigirte al stand cervecero más próximo, cumpliendo el objetivo nro. 4.
Pondría fotos, pero hace rato que este blog está en contra de la imagen como suplantación de la palabra escrita (?).
Tómese como ejemplo el Día del Inmigrante, cuyo festejo se realizó el pasado 30 de Octubre en Puerto Madero. En el predio del Hotel de los Inmigrantes, que funciona ahora como museo histórico, se plantaron muchísimas carpitas (aunque ahora la tendencia de diseño los llame gazebos, oh so cool), cada una representando a un país distinto. Así, Palestina estaba al lado de Serbia, Grecia al lado de Turquía y Eslovenia al lado de Italia, en un sano clima de aceptación multicultural.
Uno paga dos pesos, toma su lugar en una cola bastante importante, se registra y entra. ¿Qué es lo primero que ve? Gente vestida muy raramente. Túnicas de colores estridentes y trajes típicos abundan en el área (los trajes típicos de la mitad de los países se parecen peligrosamente, lo que nos hace pensar que todos descendemos de la misma modista sádica hija de una gran puta enferma del Tirol); se mezclan con cintas y telas representando a las banderas.
¿Qué es lo segundo que ve? Gente como uno, metiéndose a la fuerza en la boca un sandwich desproporcionado, un superpancho for export, una empanada abierta que tiene como relleno cucarachas al escabeche, y cerveza, mucha cerveza. Los olores se confunden y uno discierne, entre el barro, el pasto, la tierra y la mierda vieja, el aroma de las recetas típicas. Grasa, humo, caramelo, shawarma, leberwurst, klobasa, pisco chileno, mojito cubano, todo se incorpora al vaho, entre fétido
y apetitoso, que inunda como una nube todo el lugar.
De ahora en más no se trata de conocer otras culturas. Se trata de un desafío meramente personal, que consta de los siguientes objetivos fundamentales:
1. Pichulear la mayor cantidad posible de panfletos, flyers, revistitas, señaladores, folletos, fotos, postales, tarjetas y dibujos
infantiles de los stands, porque es GRATIS y porque si pagamos dos pesos, queremos algo a cambio.
2. Llevar en el bolso, cartera o mochila un frasco familiar de Hepatalgina y diez sobres de Uvasal. Lo primordial es no dejar nada sin probar, y hacerse el exótico en la medida de lo posible. ¿Cerebro de mono en gelatina, à la Indiana Jones? ¡Adentro! ¿Silicona removida de la Cicciolina, ensopada en tuco con albóndigas? ¡Yummy! ¿Uñas de los pies de Fidel con una deliciosa guarnición de rulitos cubanos y relleno de maraca? ¡Qué exquisitez! Y similares.
3. Pasearse de stand en stand, haciéndose el cosmopolita y explicándole a tu mujer la historia de cada país, como la leíste en tu libro de cuarto año de la secundaria. Quedar mal cuando la persona nativa te corrige. Irte del stand diciendo "estos
chilenos/cubanos/italianos toscos, ¡¿venir a explicarme a MI?!".
4. Marcar en el mapa que te dan en la entrada los cuatro stands autorizados a vender cerveza. Pivotear entre ellos durante toda la tarde, amenizando el trago con pequeños mordiscos a las degustaciones, que saben más ricas porque son gratis (ver objetivo nro. 1). No olvidar pasar hasta cinco veces por cada degustadora, preguntando qué estás probando cada vez, tomándola de boluda para que te siga alimentando sin pagar.
5. Pararte en el centro del predio frente al escenario, y emular cada danza típica como si la hubieras bailado toda la vida. Es importante mirar siempre al frente, para no perder el paso y para no ver la cara de la gente a tu alrededor, que está diciendo con los labios "¡Pero qué tipo pelotudo!". Al finalizar, dirigirte al stand cervecero más próximo, cumpliendo el objetivo nro. 4.
Pondría fotos, pero hace rato que este blog está en contra de la imagen como suplantación de la palabra escrita (?).