lunes, noviembre 21, 2005
Eurolidad
Bloqueaban la entrada de embarque, y no les importaba. Ella con una mochila enorme, negra, cargada hasta el límite de su capacidad; él, con un ramo de rosas que se quedaba en Argentina, los dos con los ojos anegados en lágrimas, con nudos en las gargantas. Son tres meses nada más, amor, vas a ver que se pasan volando, ensayaba ella. Te voy a extrañar, te voy a escribir todos los días, llamame cuando puedas, te amo tanto, decía él. No te olvides de mí, retrucaba ella. No me falles, no me cagues, hipaba él. Lo último que vio fueron dos piernas enfundadas en jeans gastados y una mochila negra, desvaneciéndose por el pasillo de la puerta 14, vuelo directo a Trieste.
Cómo llegaste, cómo estás, cómo estuvo el viaje, dormiste en el avión, hace mucho frío, ya llegaste a la Universidad, cómo son tus compañeros de cuarto, ya comiste, algún problema en la aduana, me alegro de que esté todo bien, llamame a la noche, te amo.
Cómo fue tu primer día, qué te enseñaron, la clase es en inglés, que lío, entendiste todo, te dieron tarea, no cazas un fulbo no, me extrañas, yo te extraño un montón, no sé cómo voy a hacer para vivir tres meses sin vos, estoy tachando los días, llamame a la noche, te amo.
Qué hiciste el fin de semana, aprovechaste para conocer algún lugar, te alcanza la plata, estás bien, cómo llegaste hasta ahí, ah mirá vos, me imagino, los trenes son una maravilla allá, claro, con razón, te acompañó alguien, a quién conociste, no me estarás cuerneando, no, ah bueno, me quedo tranquilo, llamame a la noche, te amo.
Te extraño tanto mi amor, extraño el olor de tu piel, tu pelo, tu boca, la abstinencia me está matando, no te pasa lo mismo, no doy más, tengo unas ganas de hacerte el amor que se me escapa del cuerpo, cuánto falta para que vuelvas, no me cagues, no me cagues, llamame a la noche, te amo.
No puedo creer que llegues mañana, te voy a estar esperando en el aeropuerto, el primer chico que veas con una sonrisa que no le entra en la cara voy a ser yo, tengo tanto que contarte, tengo tanto que preguntarte, tanto que hacerte, no puedo aguantar hasta mañana, hoy no voy a poder dormir, nos vemos en 20 horas, te amo.
Bloqueaban la puerta de desembarque otra vez, fundidos en un solo abrazo, respirando rápido, pecho con pecho, cosquillas en todo el cuerpo, tantas cosas para decir que salían entrecortadas, a borbotones. Sentados en la cafetería del aeropuerto, tomando agua de paraguas que era sólo una excusa para quedarse en ese preciso lugar, alejados de la familia ruidosa que venía a preguntar las preguntas más trilladas del mundo; la duda corrosiva hizo su aparición, tímida, casi vergonzosa: Con una mano en el corazón, me cagaste. No, mi amor. Me lo jurás. Sí, te juro que nadie tocó este cuerpito más que yo, pero. Pero qué. Pero en realidad no sé si te cagué. No te entiendo. Nada, que me toqué. Pero eso no es cagarme. Pero me toqué pensando en el profesor.
Cuando la moza fue a levantar las tazas, encontró un peso de propina, un ticket viejo de tren en un idioma raro, y un ramito de fresias frescas. Buscó con la mirada entre la gente, tratando de encontrar a la parejita que estaba sentada ahí. El chico estaba saliendo del aeropuerto, cabizbajo. La chica estaba sentada en el saloncito de espera, con la cara triste, mientras una señora vieja no paraba de hablarle.
Puso las fresias en un jarroncito y le pasó el trapo a la mesa.
Cómo llegaste, cómo estás, cómo estuvo el viaje, dormiste en el avión, hace mucho frío, ya llegaste a la Universidad, cómo son tus compañeros de cuarto, ya comiste, algún problema en la aduana, me alegro de que esté todo bien, llamame a la noche, te amo.
Cómo fue tu primer día, qué te enseñaron, la clase es en inglés, que lío, entendiste todo, te dieron tarea, no cazas un fulbo no, me extrañas, yo te extraño un montón, no sé cómo voy a hacer para vivir tres meses sin vos, estoy tachando los días, llamame a la noche, te amo.
Qué hiciste el fin de semana, aprovechaste para conocer algún lugar, te alcanza la plata, estás bien, cómo llegaste hasta ahí, ah mirá vos, me imagino, los trenes son una maravilla allá, claro, con razón, te acompañó alguien, a quién conociste, no me estarás cuerneando, no, ah bueno, me quedo tranquilo, llamame a la noche, te amo.
Te extraño tanto mi amor, extraño el olor de tu piel, tu pelo, tu boca, la abstinencia me está matando, no te pasa lo mismo, no doy más, tengo unas ganas de hacerte el amor que se me escapa del cuerpo, cuánto falta para que vuelvas, no me cagues, no me cagues, llamame a la noche, te amo.
No puedo creer que llegues mañana, te voy a estar esperando en el aeropuerto, el primer chico que veas con una sonrisa que no le entra en la cara voy a ser yo, tengo tanto que contarte, tengo tanto que preguntarte, tanto que hacerte, no puedo aguantar hasta mañana, hoy no voy a poder dormir, nos vemos en 20 horas, te amo.
Bloqueaban la puerta de desembarque otra vez, fundidos en un solo abrazo, respirando rápido, pecho con pecho, cosquillas en todo el cuerpo, tantas cosas para decir que salían entrecortadas, a borbotones. Sentados en la cafetería del aeropuerto, tomando agua de paraguas que era sólo una excusa para quedarse en ese preciso lugar, alejados de la familia ruidosa que venía a preguntar las preguntas más trilladas del mundo; la duda corrosiva hizo su aparición, tímida, casi vergonzosa: Con una mano en el corazón, me cagaste. No, mi amor. Me lo jurás. Sí, te juro que nadie tocó este cuerpito más que yo, pero. Pero qué. Pero en realidad no sé si te cagué. No te entiendo. Nada, que me toqué. Pero eso no es cagarme. Pero me toqué pensando en el profesor.
Cuando la moza fue a levantar las tazas, encontró un peso de propina, un ticket viejo de tren en un idioma raro, y un ramito de fresias frescas. Buscó con la mirada entre la gente, tratando de encontrar a la parejita que estaba sentada ahí. El chico estaba saliendo del aeropuerto, cabizbajo. La chica estaba sentada en el saloncito de espera, con la cara triste, mientras una señora vieja no paraba de hablarle.
Puso las fresias en un jarroncito y le pasó el trapo a la mesa.