sábado, junio 18, 2005
Relaciones carnales
Jadea, transpira, gruñe, se retuerce, tiembla y acaba dentro de ella con pasmosa rapidez y concentración. Nunca la besa, ni la acaricia.
Luego se queda quieto, como tratando de contener todo su ser en ese punto, y murmura, bajito, un "te amo" tentativo, como un "muchas gracias", como un justificativo de todo lo acontecido hasta ese momento.
Se echa sobre un costado, suspira y mira el techo con los ojos cerrados. Ella no se mueve. Sólo yace ahí, inerte, aún tibia, callada y sanguinolenta.
"No sos vos, soy yo", "Quiero probar carne fresca, otros cortes", "Desde que te frizzaron no sos la misma", ensaya.
Y tira al tacho el pedazo de milanesa cruda que robó de la heladera, renuentemente.
Nunca le gustó ser el que termina las relaciones.
Tonight's song: Clean - Incubus. Best served with: ya no sé qué carajos estoy escribiendo, perdón.
Luego se queda quieto, como tratando de contener todo su ser en ese punto, y murmura, bajito, un "te amo" tentativo, como un "muchas gracias", como un justificativo de todo lo acontecido hasta ese momento.
Se echa sobre un costado, suspira y mira el techo con los ojos cerrados. Ella no se mueve. Sólo yace ahí, inerte, aún tibia, callada y sanguinolenta.
"No sos vos, soy yo", "Quiero probar carne fresca, otros cortes", "Desde que te frizzaron no sos la misma", ensaya.
Y tira al tacho el pedazo de milanesa cruda que robó de la heladera, renuentemente.
Nunca le gustó ser el que termina las relaciones.
Tonight's song: Clean - Incubus. Best served with: ya no sé qué carajos estoy escribiendo, perdón.
martes, junio 14, 2005
Recuerdo Flotante
Braulio era como cualquier chico de trece años. No entendía su cuerpo, odiaba las verduras, coleccionaba escarabajos detrás del tanque de agua en la terraza de su casa, hablaba con gallitos y detestaba su nombre porque en su cabeza sonaba parecido a brócoli.
Era flaquito, con pecho de paloma y sombra de bigote sobre el labio. Pálido, de secos cabellos oscuros y ojeras permanentes, atribuibles al pecadillo que cometía casi todas las noches, el mismo que por las mañanas lo obligaba a bañarse con fruición, desfalleciendo de frío y revisando que no le hubieran crecido pelos en las palmas de sus manos.
Braulio era un poco tartamudo, sobre todo cuando se ponía nervioso. Y como tardaba tanto en decir las cosas, su padre le propinaba inolvidables soplamocos que hacían que se trabara aún más, en un círculo vicioso que terminó en un desolador mutismo.
Estaba enamorado de la hermana Cecilia, que le enseñaba Literatura en el colegio. Fue por ella que le tomó el gusto a la lectura, fue por ella que ahorraba cada centavo que le daba Doña Luisa cuando le arreglaba el jardín, o los dos pesos que le daban al final del día en la despensa, por repartir los víveres entre las pocas casas del pueblo; para comprar algún libro que prestarle. La veía perfecta y luminosa, entrando con una aureola en el salón, cargando papeles, biromes y esa sonrisa cálida que era casi un abrazo personal, sólo para él.
“Braulio y Cecilia, un solo corazón…” coreaban molestos sus compañeritos, más robustos y menos despiertos que él. “Mejor escribile una carta, que si le tenés que decir que la querés se va a quedar dormida”, “No pensarás ir a decirle algo con esa facha, ¿no?”. Y luego, indefectiblemente, venían la golpiza y los reproches morales: “La hermana Cecilia está casada con Dios, bobo, ¿no entendés que no te puede querer?”. Braulio aguantaba los puñetazos, la sangre manaba todas las semanas de su nariz, pero no se resignaba. Hasta ese verano.
La hermana Cecilia se iba al convento de Santa María, que quedaba, como les demostró en un mapa que había en el aula, a cuatro provincias de distancia del colegio. Al terminar la clase, después de darles buenos consejos a todos, se acercó a Braulio y le deslizó un librito modesto, gastado en las puntas, forrado de azul.
“Cuidalo mucho, Braulio, y nunca dejes de amar los mares de letras. Cada vez que flotes ahí, acordate de lo mucho que te quiero”. Braulio no atinó a responder, estático como había quedado, y vio como la hermana se iba, en medio del frú frú de sus hábitos, en cámara lenta.
En el pueblo no había mares ni ríos. Ni siquiera un arroyo, o un charco. Sólo había un aljibe en la plaza de la Municipalidad, que, según decían, era el más profundo del país. Ahí se dirigió Braulio con todos sus libros bajo los brazos, y el de la hermana Cecilia en el pecho. Se asomó sobre el borde, escupió, acercó la oreja para adivinar la profundidad, no escuchó nada. Tomó una piedra, la arrojó, se acercó, y nada. ¿Habría agua en el fondo de ese pozo oscuro como noche cerrada?. Tendría que arriesgarse.
Uno a uno, tomó los libros y arrancó con cuidado página por página, dejándolas flotar por el hueco del aljibe hasta que desaparecían de la vista. Cuando terminó de echarlas todas, se quitó el libro azul del pecho, lo besó y lo volvió a guardar. Miró hacia el cielo, se encaramó sobre el borde rugoso de piedra, con las piernitas colgando y apuntando al vacío,
y se dejó caer.
Tonight's song: How deep is your love? - Bee Gees. Best served with: eeeh se entiende, no? Fue el único mar de letras que encontró para recordarla. Ok, tengo que dejar de querer explicarme en postdatas pedorras. Así jamás voy a aprender a escribir.
Era flaquito, con pecho de paloma y sombra de bigote sobre el labio. Pálido, de secos cabellos oscuros y ojeras permanentes, atribuibles al pecadillo que cometía casi todas las noches, el mismo que por las mañanas lo obligaba a bañarse con fruición, desfalleciendo de frío y revisando que no le hubieran crecido pelos en las palmas de sus manos.
Braulio era un poco tartamudo, sobre todo cuando se ponía nervioso. Y como tardaba tanto en decir las cosas, su padre le propinaba inolvidables soplamocos que hacían que se trabara aún más, en un círculo vicioso que terminó en un desolador mutismo.
Estaba enamorado de la hermana Cecilia, que le enseñaba Literatura en el colegio. Fue por ella que le tomó el gusto a la lectura, fue por ella que ahorraba cada centavo que le daba Doña Luisa cuando le arreglaba el jardín, o los dos pesos que le daban al final del día en la despensa, por repartir los víveres entre las pocas casas del pueblo; para comprar algún libro que prestarle. La veía perfecta y luminosa, entrando con una aureola en el salón, cargando papeles, biromes y esa sonrisa cálida que era casi un abrazo personal, sólo para él.
“Braulio y Cecilia, un solo corazón…” coreaban molestos sus compañeritos, más robustos y menos despiertos que él. “Mejor escribile una carta, que si le tenés que decir que la querés se va a quedar dormida”, “No pensarás ir a decirle algo con esa facha, ¿no?”. Y luego, indefectiblemente, venían la golpiza y los reproches morales: “La hermana Cecilia está casada con Dios, bobo, ¿no entendés que no te puede querer?”. Braulio aguantaba los puñetazos, la sangre manaba todas las semanas de su nariz, pero no se resignaba. Hasta ese verano.
La hermana Cecilia se iba al convento de Santa María, que quedaba, como les demostró en un mapa que había en el aula, a cuatro provincias de distancia del colegio. Al terminar la clase, después de darles buenos consejos a todos, se acercó a Braulio y le deslizó un librito modesto, gastado en las puntas, forrado de azul.
“Cuidalo mucho, Braulio, y nunca dejes de amar los mares de letras. Cada vez que flotes ahí, acordate de lo mucho que te quiero”. Braulio no atinó a responder, estático como había quedado, y vio como la hermana se iba, en medio del frú frú de sus hábitos, en cámara lenta.
En el pueblo no había mares ni ríos. Ni siquiera un arroyo, o un charco. Sólo había un aljibe en la plaza de la Municipalidad, que, según decían, era el más profundo del país. Ahí se dirigió Braulio con todos sus libros bajo los brazos, y el de la hermana Cecilia en el pecho. Se asomó sobre el borde, escupió, acercó la oreja para adivinar la profundidad, no escuchó nada. Tomó una piedra, la arrojó, se acercó, y nada. ¿Habría agua en el fondo de ese pozo oscuro como noche cerrada?. Tendría que arriesgarse.
Uno a uno, tomó los libros y arrancó con cuidado página por página, dejándolas flotar por el hueco del aljibe hasta que desaparecían de la vista. Cuando terminó de echarlas todas, se quitó el libro azul del pecho, lo besó y lo volvió a guardar. Miró hacia el cielo, se encaramó sobre el borde rugoso de piedra, con las piernitas colgando y apuntando al vacío,
y se dejó caer.
Tonight's song: How deep is your love? - Bee Gees. Best served with: eeeh se entiende, no? Fue el único mar de letras que encontró para recordarla. Ok, tengo que dejar de querer explicarme en postdatas pedorras. Así jamás voy a aprender a escribir.
miércoles, junio 01, 2005
Pídalo.
Le dio con saña al botón del taxímetro y se relamió los labios, preparándose para el monólogo de siempre. Cada pasajero que subía lo ayudaba a mejorarlo un poco más, a pulir las incoherencias, a agregarle detalles de color que sumaban a la misma historia.
"Si estos asientos hablaran." comenzó, un tanto jactancioso. Sí, si hablaran pedirían eutanasia. Una jauría histérica que los desgarre a dentelladas y zarpazos descontrolados. No debe ser nada divertido escuchar ad infinitum las mismas mentiras exageradas, over and over again. No wonder la única venganza que podían perpetrar, con mucho esfuerzo, era darle esas maravillosas, purulentas y dolorosas hemorroides.
La consabida rubia despampanante, abandonada por su pareja siempre cinco minutos antes de que subiera al móvil; la pulposa y enlutada viuda pelirroja que por primera vez pasaba sola las fiestas; la morocha salvaje que envuelve al auto en un vaho de perfume a almizcle y porro. Todas pasaron por el taxidandy, que no es Alain Delon ni por las tapas: 20 kilos de sobrepeso, una coronilla resplandeciente, orejas alargadas y nariz bulbosa, dientes amarillentos por los años de cigarrillos y café en la Central y una imaginación predecible y poco frondosa, mera archivista de lugares comunes.
"Ah, seh, si laburar acá arriba es como recorrer el mundo de a personas." No le pregunté qué quiso decir, total se va a explicar solo, en pocos segundos.
"Una vuelta subió una pareja de lesbianas *brasileñas-austríacas-suecas-alemanas-suizas-norteamericanas-francesas-italianas-españolas-cubanas* terrible. Una más hermosa que la otra. Un desperdicio, viste. Pero yo no dormí, papá, qué te pensás. Me preguntaron si sabía de algún lugar donde dos mujeres como ellas podían estar cómodas, sin que los hombres las vinieran a molestar. Les contesté que las llevaba con una condición".
No, tampoco me molesté en hacerle caso a los dos segundos de suspenso que trató de implementar mientras tiraba la ceniza por el hueco de la ventanilla. Volvió a contestarse solo:
".Que me dejaran ir con ellas, de guardaespaldas. Jejé, qué bien que estuve, no, viejo?".
Su risa grave y aguardentosa se trunca en tos de fumador, ese acceso que hace que esperes ver una pleura impactando contra el vidrio delantero.
Tuve que hacerlo.
"¿Y? ¿Qué pasó?". Me odié a mí mismo por ello.
"Nada, nos terminamos enfiestando en un albergue por ahí por Montserrat, yo estoy arreglado con ellos, viste, les llevo gente y me tiran unos mangos. Fue terrible: no sólo me cabalgué a dos tremendas yeguas, encima me pagaron. Nah, si soy grosso, flaco. No hay que tener vergüenza, vos tirá el anzuelo y vas a ver que algo vas a sacar".
No pude contenerme, después de aguantar semejante perorata quería un desenlace, una respuesta a la pregunta no formulada veinte kilómetros atrás.
"¿Pero qué tiene que ver eso con recorrer el mundo de a personas?".
"Ah, já, cierto. Bueno, como decir, tanta bomba les dí que se pusieron a gritar. Ahora sé decir 'Dios Mío' en siete idiomas, jejé, ¿soy cosmopolita o no soy cosmopolita?".
Nunca creí que en la vida real se escucharía un PLOP. Juro que sucedió.
Tonight's song: Historias de taxi - Ricardo Arjona. Best served with: creo que se llamaba así, la canción, tuve el buen tino de perder el hediondo cd. A veces es divertido escuchar lo que el tachero te dice.
"Si estos asientos hablaran." comenzó, un tanto jactancioso. Sí, si hablaran pedirían eutanasia. Una jauría histérica que los desgarre a dentelladas y zarpazos descontrolados. No debe ser nada divertido escuchar ad infinitum las mismas mentiras exageradas, over and over again. No wonder la única venganza que podían perpetrar, con mucho esfuerzo, era darle esas maravillosas, purulentas y dolorosas hemorroides.
La consabida rubia despampanante, abandonada por su pareja siempre cinco minutos antes de que subiera al móvil; la pulposa y enlutada viuda pelirroja que por primera vez pasaba sola las fiestas; la morocha salvaje que envuelve al auto en un vaho de perfume a almizcle y porro. Todas pasaron por el taxidandy, que no es Alain Delon ni por las tapas: 20 kilos de sobrepeso, una coronilla resplandeciente, orejas alargadas y nariz bulbosa, dientes amarillentos por los años de cigarrillos y café en la Central y una imaginación predecible y poco frondosa, mera archivista de lugares comunes.
"Ah, seh, si laburar acá arriba es como recorrer el mundo de a personas." No le pregunté qué quiso decir, total se va a explicar solo, en pocos segundos.
"Una vuelta subió una pareja de lesbianas *brasileñas-austríacas-suecas-alemanas-suizas-norteamericanas-francesas-italianas-españolas-cubanas* terrible. Una más hermosa que la otra. Un desperdicio, viste. Pero yo no dormí, papá, qué te pensás. Me preguntaron si sabía de algún lugar donde dos mujeres como ellas podían estar cómodas, sin que los hombres las vinieran a molestar. Les contesté que las llevaba con una condición".
No, tampoco me molesté en hacerle caso a los dos segundos de suspenso que trató de implementar mientras tiraba la ceniza por el hueco de la ventanilla. Volvió a contestarse solo:
".Que me dejaran ir con ellas, de guardaespaldas. Jejé, qué bien que estuve, no, viejo?".
Su risa grave y aguardentosa se trunca en tos de fumador, ese acceso que hace que esperes ver una pleura impactando contra el vidrio delantero.
Tuve que hacerlo.
"¿Y? ¿Qué pasó?". Me odié a mí mismo por ello.
"Nada, nos terminamos enfiestando en un albergue por ahí por Montserrat, yo estoy arreglado con ellos, viste, les llevo gente y me tiran unos mangos. Fue terrible: no sólo me cabalgué a dos tremendas yeguas, encima me pagaron. Nah, si soy grosso, flaco. No hay que tener vergüenza, vos tirá el anzuelo y vas a ver que algo vas a sacar".
No pude contenerme, después de aguantar semejante perorata quería un desenlace, una respuesta a la pregunta no formulada veinte kilómetros atrás.
"¿Pero qué tiene que ver eso con recorrer el mundo de a personas?".
"Ah, já, cierto. Bueno, como decir, tanta bomba les dí que se pusieron a gritar. Ahora sé decir 'Dios Mío' en siete idiomas, jejé, ¿soy cosmopolita o no soy cosmopolita?".
Nunca creí que en la vida real se escucharía un PLOP. Juro que sucedió.
Tonight's song: Historias de taxi - Ricardo Arjona. Best served with: creo que se llamaba así, la canción, tuve el buen tino de perder el hediondo cd. A veces es divertido escuchar lo que el tachero te dice.