miércoles, abril 23, 2008
Sheisse frei Dusche
Elke se despertó esta mañana con la certeza inamovible, engrapada en las entrañas, de que tenía mucha mugre encima.
Abrió la ducha, que escupía agua helada en un chorro finito y molesto, mientras se sacaba la bombacha “de menstruación” (grandota, deshilachada, beige y con capacidad de soportar una Siempre -com-Presa de algodón hedionda de la noche anterior). Se prendió un pucho, mientras hurgaba sus ojos, desterrando residuos biológicos de sueño. Las lagañas la atacaban sólo si lloraba dormida. Se ve que estuvo mariconeando un rato largo en la madrugada, sin darse cuenta consciente.
Se golpeó la rodilla mientras corría la silla con la ropa de ayer. Se le cayó el pucho a la alfombra raída, gastada, con manchas de previas eternas, con migas de pan, con aureolas de tomate huidizo, empujado por mayonesa de segunda marca. Lo levantó rápido, ya de mal humor porque donde antes había una casita de ácaros, ahora había un agujero de madera vieja. Lo volvió a tirar, lo aplastó con su talón reseco y regresó al baño.
Se desvistió y se metió en la bañera, descolgando la ropa interior de la canilla y apoyándola sobre el barral. Ya estaba mojada otra vez. El agua seguía saliendo congelada, como agujitas de acupuntura demasiado afiladas. Puso la coronilla a tiro de chorro y cerró los ojos.
Y se limpió por fuera.
Desde la improbable juntura de los parietales hasta las puntas de las uñas un tanto largas de sus dedos gordos de los pies que bajaban de sus tobillos de pajarito, de sus pantorrillas laxas, de sus rodillas vencidas, de sus muslos de piel de gallina, de sus caderas introspectivas, de su estómago consumido, de su ombligo outtie, de su cintura breve, de su tórax huesudo y amarillento, de sus pechos tímidos, de sus hombros encorvados, de su duro cuello como de ortopedia, de su nuca sin perfume, del nacimiento de sus cabellos que ya necesitaban tintura, de su coronilla horadada por el tiro de chorro.
No necesitó jabón, loción, shampoo ni acondicionador. Ni siquiera necesitó un toallón. Cerró la canilla, salió de la ducha y se paró en el medio del baño. Respiró hondo y abrió los ojos.
Ya no le dolían las palabras al viento. Las bolas de pasto seco y bichitos nómades que son los rumores. Los dibujos del pasado que su cabecita de negras raíces se empeñaba en delinear. Las añoranzas, las nostalgias, esas manitos voladoras de garras aceradas que le rascaban la garganta y se la amasaban hasta hacerla una bola, una masa enharinada. Las costumbres, los ritos, los pequeños dogmas autoimpuestos que sólo lograban condicionar lo incondicional, la vida entera.
No le dolía nada, salvo esa inmanejable, inmensa sensación de sentirlo todo. Sentir cada gotita resbalando por sus poros abultados, abriéndose camino entre pliegues, pelos y huecos, quedándose en sus clavículas, en sus pestañas, en la caracola vacía de sus orejas, dejándose ir hasta el charco que se formaba en el piso. Sentir la brisa pesada pero todavía fría que entraba por el ventanuco roto, sentir el olor penetrante del café del departamento de al lado, sentir el ruidito ahora no tan infame de su celular repitiéndose una y otra y otra vez. Se le llenó el pecho, de todo eso y de tantas otras cosas.
Y se limpió por dentro.
Tonight's song: All cleaned out - Elliott Smith. Best served with: spiky clean, lemony fresh loif.
Abrió la ducha, que escupía agua helada en un chorro finito y molesto, mientras se sacaba la bombacha “de menstruación” (grandota, deshilachada, beige y con capacidad de soportar una Siempre -com-Presa de algodón hedionda de la noche anterior). Se prendió un pucho, mientras hurgaba sus ojos, desterrando residuos biológicos de sueño. Las lagañas la atacaban sólo si lloraba dormida. Se ve que estuvo mariconeando un rato largo en la madrugada, sin darse cuenta consciente.
Se golpeó la rodilla mientras corría la silla con la ropa de ayer. Se le cayó el pucho a la alfombra raída, gastada, con manchas de previas eternas, con migas de pan, con aureolas de tomate huidizo, empujado por mayonesa de segunda marca. Lo levantó rápido, ya de mal humor porque donde antes había una casita de ácaros, ahora había un agujero de madera vieja. Lo volvió a tirar, lo aplastó con su talón reseco y regresó al baño.
Se desvistió y se metió en la bañera, descolgando la ropa interior de la canilla y apoyándola sobre el barral. Ya estaba mojada otra vez. El agua seguía saliendo congelada, como agujitas de acupuntura demasiado afiladas. Puso la coronilla a tiro de chorro y cerró los ojos.
Y se limpió por fuera.
Desde la improbable juntura de los parietales hasta las puntas de las uñas un tanto largas de sus dedos gordos de los pies que bajaban de sus tobillos de pajarito, de sus pantorrillas laxas, de sus rodillas vencidas, de sus muslos de piel de gallina, de sus caderas introspectivas, de su estómago consumido, de su ombligo outtie, de su cintura breve, de su tórax huesudo y amarillento, de sus pechos tímidos, de sus hombros encorvados, de su duro cuello como de ortopedia, de su nuca sin perfume, del nacimiento de sus cabellos que ya necesitaban tintura, de su coronilla horadada por el tiro de chorro.
No necesitó jabón, loción, shampoo ni acondicionador. Ni siquiera necesitó un toallón. Cerró la canilla, salió de la ducha y se paró en el medio del baño. Respiró hondo y abrió los ojos.
Ya no le dolían las palabras al viento. Las bolas de pasto seco y bichitos nómades que son los rumores. Los dibujos del pasado que su cabecita de negras raíces se empeñaba en delinear. Las añoranzas, las nostalgias, esas manitos voladoras de garras aceradas que le rascaban la garganta y se la amasaban hasta hacerla una bola, una masa enharinada. Las costumbres, los ritos, los pequeños dogmas autoimpuestos que sólo lograban condicionar lo incondicional, la vida entera.
No le dolía nada, salvo esa inmanejable, inmensa sensación de sentirlo todo. Sentir cada gotita resbalando por sus poros abultados, abriéndose camino entre pliegues, pelos y huecos, quedándose en sus clavículas, en sus pestañas, en la caracola vacía de sus orejas, dejándose ir hasta el charco que se formaba en el piso. Sentir la brisa pesada pero todavía fría que entraba por el ventanuco roto, sentir el olor penetrante del café del departamento de al lado, sentir el ruidito ahora no tan infame de su celular repitiéndose una y otra y otra vez. Se le llenó el pecho, de todo eso y de tantas otras cosas.
Y se limpió por dentro.
Tonight's song: All cleaned out - Elliott Smith. Best served with: spiky clean, lemony fresh loif.