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martes, febrero 28, 2006

La odisea musicalrecitalera 

Este año en Argentina vamos a estar llenos de recitales internacionales (parece que se pusieron de acuerdo para hacernos reventar las hemorroides y el aguinaldo). Por eso, acá les traigo una breve reseña de lo que pasa cuando las grandes bandas hacen puerto en Buenos Aires.

Primero que nada, las entradas se empiezan a vender como cuatro meses antes del recital. Se hacen colas laaaargas de gente excitada y malhumorada a la vez. Después de cuatro días de estar parado, sin comer ni dormir, con los dedos agarrotados de tener la plata de tus cinco amigos en la mano, conseguís llegar a la boletería. Una chica con cara de orto te dice "Más de cuatro entradas por persona no se venden". Y vos, cansado, abatido, sin ganas ni de discutir (porque te está faltando azúcar en sangre y en cualquier momento te desmayás)pensás "Mah sí, tá bien, si total a Pablo le empezaron a gustar hace re poco, qué se viene a hacer el fan…" Pablo te odiará por el resto de sus días, o hasta que se haga fan de Miranda.

Una vez que tenés tu entrada, tenés dos grandes grupos en los cuales incluirte, dependiendo de tu grado de suerte.

Si tenés suerte y no tenés obligaciones, vas a irte a vivir a la entrada del estadio dos meses y medio antes de la fecha del recital. Vas a llevar la carpita de camping de Gesell, el horno eléctrico, un lavarropas, un baño químico, una tele 14 pulgadas, una computadora portátil con wi-fi y un equipo de mate para convidar a los amigos que
te vayan a visitar. El espejo es fundamental, para cuando venga el Bebe de Telenoche a preguntarte qué se siente ser el primero en la fila: tenés que lucir fresco y presentable. Lo malo: cuando hay partido y por ahí salen los visitantes, con los ánimos caldeados y fierros retorcidos. Lo bueno: a la gente que pasa por la vereda le das lástima y te tira monedas.

Si no tenés suerte, vas a laburar como un negro todo el día, con un ojo en el monitor y otro en el reloj de pared. Justo ese día, tu cliente más importante va a querer reunión de after office. Justo ese día, tu jefe decide nombrarte responsable de toda tu área. Justo ese día te agarra diarrea y es el aniversario de 50 años de tus viejos. Justo ese día, que te tenés que ir temprano para no perderte nada del
recital.

Ok, saliste a horario, andá a saber cómo, y llegaste al estadio. Ya veías algunas remeras con el logo de la banda, mucha gente caminando para el mismo lugar… pero nada de eso puede prepararte para la depresión profunda que te invade cuando ves las 10 cuadras de cola que hay para entrar. 10 cuadras. Eso es un kilómetro entero!.

En la fila ves a muchos padres con sus hijos, los dos con la misma remera, y te enternece. En eso, el padre se da vuelta y clava cara de "eh, estoy con pibes chicos, déjenme pasar". Si la mayoría de los flacos que están ahí no le ceden el asiento ni a una abuela con Parkinson y Alzheimer en el bondi, menos lo van a dejar pasar antes a este paparulo con cría para que vea a la banda primero.

Como tenés para un rato laaaargo de espera, te ponés a relojear a tus alrededores. Sí, ahí están! Los vendedores ambulantes. Infaltables en todo recital, dan vueltas como buitres por la fila y tratan de encajarte remeras, vinchas, gorras, banderas, banderitas, fotos, cds truchos, pulseritas, linternitas y un largo etcétera. Lo más divertido es que algunos ratas te venden el merchandaisin del tour anterior, y más de un gil que no tiene idea de nada lo compra. Vos mirás y decís "¿quién puede comprar estas pelotudeces?" Probablemente mañana tres de tus compañeros de laburo aparezcan con una pulserita nueva…

No sos ningún boludo, en vez de decirle a tus amigos para encontrarse en la estación de servicio que está enfrente, se van a llamar por celular y van a poner el famoso "punto de encuentro" dentro del estadio. Es obvio que jamás se encontrarán, muchachos, pero es una costumbre que no se pierde a través de los años, así que ya te hacés a la idea de que volvés en bondi y hasta las cuatro de la mañana no vas
a estar en tu casa.

Los organizadores, con chalecos naranjas de estacionadores de autos y músculos de más, se insertan el chip y gritan, con voces esteróidicas: "Chicos, a la fila", "Chicos, con la entrada en la mano", "Chicos por acá, chicas por allá", "Dejen las botellas, no se puede entrar con comida ni bebida al estadio" y similares. Los re cagás a puteadas, porque recién te habías comprado una coca de litro y medio, así que te la bajás en 17 segundos, eructás como un oso constipado y la dejás en los yuyos del costado.

Bien! Llegaste a la entrada! Falta una prueba más: el cacheo y la revisación. Un flaco de manos toscas te manosea el ganso y el culo mientras otro te pide que abras la mochila. Como sos un pibe precavido, llevaste un desodorante en aerosol, porque sabés que vas a chivar como un cerdo. Já. "Flaco, el desodorante no". "¿Por qué?"
"Porque podés prender fuego el estadio". ¿Ah, sí? Ahí nomás sacás el desodorante, te rociás como si fuera el último día de tu vida y lo tirás también. Empezás a pensar que el próximo recital vas en bolas y con la entrada en el culo, así no te hacen desprenderte de todas tus pertenencias. "¿El celular también lo tiro? Digo, capaz que planeo un ataque terrorista suicida con un barrilete…" El patovica no entiende tu ironía, te clava cara de orto y te empuja para adentro.

Ok, entraste. El estadio está muy lleno, y toda la gente está sentada en el piso, fumando y charlando. Enfilás derecho para la valla, pisando varias manos y recibiendo puteadas de bienvenida. En el escenario ya está tocando la banda soporte, que puede ser o muy grosa o muy chota. Si es chota te das cuenta enseguida, porque tienen a siete pendejos barderos haciendo pogo adelante, que se saben la letra
de esa banda desconocida y que descontrolan hasta con un bolero de Armando Manzanero.

Empieza el show, empieza la magia, el glamour y los personajes infaltables emergen de las tinieblas, o del pasto, o vaya a saber uno de dónde. Aquí están, estos son:

El cocacolero: un ícono de la historia recitalera. Generalmente es gordo y morochón, y se banca hasta un camión con acoplado, con tal de vender un vasito. Claro, si te lo cobran 80 pesos… con esa guita va a pagar la universidad privada de los hijos.

El vendedor de panchos: probablemente el cuñado del cocacolero, la guita que gana se la gasta en putas y cabarulos. Tiene las manos más sucias que viste en tu vida, y con esas manos te agarra el pan, te lo abre, te mete la salchicha adentro y te desparrama la mostaza. Si zafás del cólera, sos un mago.

El fan añejo: en el medio de toda la juventud, siempre hay un vejete que escucha a la banda desde que empezó; que los vino a ver hace diez, quince, veinte años; que durante el proceso se tuvo que exiliar y los pudo ver en España; que tiene un amigo que es el primo del hermano de la cuñada de la comadre de la que limpia la casa del productor de la banda, y con eso se siente calificado para opinar.

Las hormonas galopantes: niñas en etapa adolescente que gritan ante cualquier circunstancia. Aúllan cuando entra el plomo a probar el micrófono, cuando prueban las luces, cuando se apagan, cuando entra la banda, cuando canta el cantante, cuando se calla, cuando se va, cuando vuelve, cuando respira, cuando escupe, cuando toma agua, cuando se cambia de ropa, cuando pide silencio y cuando termina. Probablemente griten en el bondi que las lleva a sus hogares, también.

Los 1, 2, ultraviolentos: muchachos de torso desnudo y sudoroso, de pelos largos y mojados, o cortos y llenos de gotitas, se congregan para armar el mayor bardo posible. Como bailarinas, conocen todos los pogos posibles y arman coreografías increíbles en las que más de uno sale echando putas, lastimado o cagado a trompadas. Son gente sin honor, que para saltar más alto se apoyan en los hombros de seres más petisos, y que no vacilan en empujar (como si estuvieran en una prueba de SuperMatch) a los de adelante y hacerlos paté de valla, para estar más cerca del escenario.

Los cool: es re fácil identificarlos. Son los que van con camisa, mocasines y cinturón de gamuza (si son hombres) o pollera tableada, zapatos de taco aguja y remera de lentejuelas (si son mujeres). Desubicadísimos, ponen cara de orto porque comparten el espacio con otros mortales, y sólo se consuelan cuando pueden sacar una superfotoguachiguau de la banda con su celular de 1700 pesos. Son los que llaman y mantienen el telefonito en alto para que sus amigotes que no pudieron ir escuchen la canción. ¿Es claro que la cuenta del celu la paga papá, no?

La que se sube a los hombros: poca gente es tan detestada como la que se monta en las espaldas del mulo de turno (generalmente un novio o un amigo rugbier) y baila y revolea las manos y se sumerge en un éxtasis de placer musical , mientras los pobres boludos que están atrás no tienen más cogote para tratar de ver algo del show. Así, la idiota que está arriba se liga tocada de orto, palpada de papos, ecografía transvaginal y un hijo varón, para que se baje. Como no lo hace, porque se ve que es bien puta y bastante insensible en sus partes bajas, recibe un hermoso rocío: escupitajos de todos los colores, texturas y tamaños aterrizan en su mochila, en su pelo, brazos y espalda. Si no se baja con eso, se recomienda tomarla del morral que tenga colgando y tirarla para atrás, hacia las hordas. Si cae en el piso y se lastima, mejor.


El maniático sexual: generalmente es un veinteañero o treintiañero poco agraciado, con manos ágiles y bulto presto. No sabe dónde está, no sabe quién lo trajo, no sabe ni siquiera quién está tocando. Sólo surge en los recitales para gallinear, apoyar, montar o embarazar a cualquier cosa que se le mueva adelante.


La Verónica Castro: persona de sexo femenino, que no cumple con la estatura media de la población (es decir, no llega al metro y medio), cuya particularidad es poseer lagrimales hiperdesarrollados. Llora con cada canción, con cada respiro, con cada riff y cada nota, mientras trata de cantar y contener el hipo. No generaría mayores repercusiones, si no fuera porque se para a un metro de la valla y después de una canción medio movida ya la tienen que sacar patas para adelante porque la muy boluda se desmayó, tratando de respirar el aire viciado de setenta culos sudorosos que tiene alrededor.

Aún soportando todos estos personajes, todas estas bizarras situaciones, uno sigue acudiendo a los recitales a disfrutar de la música de su banda favorita. Sólo esperemos que algún día, con suerte, los grandes ídolos entiendan el universo de odiseas que implica el "aguante".

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