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sábado, octubre 15, 2005

67 days till Summer 

Desde el vamos: los negocios de ropa tienen por filosofía de ventas meter en la vidriera sus mejores productos, los que están más de moda, los que se venden seguro con sólo mirarlos un poquito. En el caso específico de los negocios de indumentaria estival (léase locales de mallas y trajes de baño), generalmente cuelgan bikinis ínfimos (o trajes de dos piezas, que si las cosés tampoco llegás a hacer una, de
lo chiquitas que son) en esculturales maniquíes transparentes que tienen como cintura lo que mide el diámetro de mi brazo.

Y una ya va mal predispuesta, viste. Una se la pasó acumulando kilos y pozos durante todo el invierno, aduciendo que para aguantar el frío el ser humano necesita consumir lípidos -para los ignaritos, los lípidos son grasas- en forma de supremas napolitanas con papas fritas, guisos varios, estofados, polenta, lentejas, pastel de papas, chocolates de todo tipo, galletitas y bizcochos; puesto que en invierno se gasta más energía para que el cuerpo funcione. Como si correr un colectivo por semana demandara tanta energía que tuvieras que paliarla con doce barras de chocolate Águila… Pero ese es otro tema. Volvamos a lo que nos compete.

¿Cuándo se compra un traje de baño? Generalmente antes de irse de vacaciones, antes de tener la oportunidad de usarlo. ¿En qué condiciones va una a comprarse el traje de baño? En las peores: blanca como teta de monja siberiana; con baches en el culo como si hubiera pasado la cuadrilla que está arreglando la calle enfrente de mi
oficina, donde de seguro se pueden perder un auto o dos -en el culo, no en la calle-; recién depilada y con la piel irritada por los tirones -o, en el peor de los casos, sin depilarse todavía, lo que hace la escena aún más triste-.

Y claro, te ponés a revolver los anaqueles, buscando un traje de baño que sea lo suficientemente grande para taparte el gomón que tenés por culo, pero que no sea tan grande como para competirle a las carpas de la orilla, no sea cosa que se instale una familia a veranear bajo tu panza. Es probable que no lo encuentres, pero si sos tan dichosa, todavía tenés que superar una prueba aún más ardua. El temido PROBADOR.

Tanto marketing, tantas investigaciones, tanta guita en desarrollar ropa que no le entra a nadie, ¿para terminar cagándola en la etapa final? Te metés, vos y tu enorme circunstancia -sí, una vez más, estamos hablando de tu culo- en un probador ridículamente pequeño, que te raspa los codos apenas te movés un poquito. ¿Qué luz se les ocurrió poner a los genios del negocio de la indumentaria? DICROICA. ¿Hello?
Es la luz que más resalta los defectos. Cada rollo, cada pozo, cada doblez, estría o arruga corporal parece gritar "Acá estoy!", feliz y sonriente como en musical de Broadway. Te sacás la remera y te ponés a llorar, te sacás el pantalón y te deshacés en hipos histéricos mientras la rompebolas de la vendedora -escultural ella, por supuesto- te pregunta con voz entre hastiada y nasal: "¿Y? ¿Cómo te queda?" abriendo la cortina sin miramientos.

Haciendo un sobrehumano esfuerzo, ponés voz de circunstancia y la jugás de resignada "Y… mal no me queda, pero me hace gorda… ¿ves? Se me notan mucho los rollitos… Y me hace doble culo, ¿ves que está apretada justo ahí? No tenés un talle más?" La peor respuesta se avecina: "No, son talles únicos, le van a todo el mundo".

Con esa simple frase, acaba de derrumbar tu universo. Una vez más vas a ir a la playa con tu fiel malla de hace dos años, esa que te compraste de pedo y que de pedo todavía te sigue entrando, puteando por no haber empezado el gimnasio aunque sea dos meses antes del verano, y jurando que

"¡La próxima vez me voy a veranear a las montañas, viejo!"

Tonight's song: Pure Shores - All Saints. Best served with: un vale para Slim.

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