miércoles, febrero 23, 2005
Ave César
Julio se levanta temprano, solo. Deambula por la habitación a oscuras con los ojos, hasta que suena el fútil despertador. Jé, que sufra la yegua, de lo contrario se levantaría al mediodía. Siempre tuvo esa envidia encubierta de verla, a las tres de la tarde, a las cuatro de la mañana, a las ocho de la noche, en su bata de fieltro azul marino; mientras él se apretuja contra traseros más turgentes e invitantes en el subte, camino al trabajo.
Julio se levanta con los pies húmedos, le transpiran mucho; y con mal aliento, no importa cuánto se haya cepillado los dientes la noche anterior. Odia subirse al ascensor de la oficina y que su compañero de box lo salude, con olor a café rancio en la boca. Generalmente interrumpe el beso, rascándose la nariz con poco disimulo.
Julio almuerza pebetes, todos los días. Por un peso cincuenta su cuerpo obtiene todas las proteínas y lípidos que necesitaría para cruzar el desierto a pie, aunque sólo camine las tres cuadras que lo separan del subterráneo al departamento de dos ambientes en el que sobrevive. No le hace bien a la úlcera, se pasa el resto de la tarde con ganas de rajarse un gas, pero en cualquier momento entra Claudia, de Administración, y el box es un sucucho mal ventilado.
Julio mira para los costados y se mete el dedo en la nariz, saca un moco medio seco y lo pega debajo del escritorio. Se siente superior, tiene un secreto que nadie sabe, y no sabe que todos lo ven a través del vidrio esmerilado, que se adivinan sus movimientos, su índice morcilloso escarbando con fruición, rascándose el cerebro por adentro.
Julio ensucia los cuellos de su camisa muy rápidamente, tiene la piel y el cabello grasos, y no importa cuánto se refriegue con la esponja natural que le compró su esposa, a las dos horas de tipear en la computadora su ropa se vuelve sopa, su nariz comienza a brillar y su coronilla desnuda se perla de sudor.
Julio se saca cera de los oídos con la goma al final del lápiz, porque con la uña no llega. Así escucha mejor la música que escucha su compañero, en uno de esos compact disc que se escuchan sólo en la compu, que él no entiende de qué le sirven tenerlos así, si no puede escucharlos en la casa.
Julio tiene los dedos amarillos de nicotina, así también tiene los dientes. La barba le crece rala, despareja, pero tiene piel delicada y se lastima cuando se afeita seguido. Hasta hace poco se rasuraba la pelvis, le gustaba sentir cómo iban creciendo los pelos, cómo picaban obligándolo a tocarse el bulto del pantalón cada dos minutos y 38 segundos, aproximadamente.
Julio murió ayer. La esposa no le avisó a nadie y lo veló sola. No espera que pregunten por él hasta dentro de tres semanas, cuando los papeles comiencen a apilarse en su escritorio. Ahora debe estar bebiendo un té, dentro de su bata azul.
Tonight's song: Nowhere man - The Beatles. Best served with: corte de pelo que me acerca aún más al 90% de la masa argentina adolescente rebeldosa y encasquetada. ¿Por qué sigo haciéndome esto a mí misma?
Julio se levanta con los pies húmedos, le transpiran mucho; y con mal aliento, no importa cuánto se haya cepillado los dientes la noche anterior. Odia subirse al ascensor de la oficina y que su compañero de box lo salude, con olor a café rancio en la boca. Generalmente interrumpe el beso, rascándose la nariz con poco disimulo.
Julio almuerza pebetes, todos los días. Por un peso cincuenta su cuerpo obtiene todas las proteínas y lípidos que necesitaría para cruzar el desierto a pie, aunque sólo camine las tres cuadras que lo separan del subterráneo al departamento de dos ambientes en el que sobrevive. No le hace bien a la úlcera, se pasa el resto de la tarde con ganas de rajarse un gas, pero en cualquier momento entra Claudia, de Administración, y el box es un sucucho mal ventilado.
Julio mira para los costados y se mete el dedo en la nariz, saca un moco medio seco y lo pega debajo del escritorio. Se siente superior, tiene un secreto que nadie sabe, y no sabe que todos lo ven a través del vidrio esmerilado, que se adivinan sus movimientos, su índice morcilloso escarbando con fruición, rascándose el cerebro por adentro.
Julio ensucia los cuellos de su camisa muy rápidamente, tiene la piel y el cabello grasos, y no importa cuánto se refriegue con la esponja natural que le compró su esposa, a las dos horas de tipear en la computadora su ropa se vuelve sopa, su nariz comienza a brillar y su coronilla desnuda se perla de sudor.
Julio se saca cera de los oídos con la goma al final del lápiz, porque con la uña no llega. Así escucha mejor la música que escucha su compañero, en uno de esos compact disc que se escuchan sólo en la compu, que él no entiende de qué le sirven tenerlos así, si no puede escucharlos en la casa.
Julio tiene los dedos amarillos de nicotina, así también tiene los dientes. La barba le crece rala, despareja, pero tiene piel delicada y se lastima cuando se afeita seguido. Hasta hace poco se rasuraba la pelvis, le gustaba sentir cómo iban creciendo los pelos, cómo picaban obligándolo a tocarse el bulto del pantalón cada dos minutos y 38 segundos, aproximadamente.
Julio murió ayer. La esposa no le avisó a nadie y lo veló sola. No espera que pregunten por él hasta dentro de tres semanas, cuando los papeles comiencen a apilarse en su escritorio. Ahora debe estar bebiendo un té, dentro de su bata azul.
Tonight's song: Nowhere man - The Beatles. Best served with: corte de pelo que me acerca aún más al 90% de la masa argentina adolescente rebeldosa y encasquetada. ¿Por qué sigo haciéndome esto a mí misma?