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domingo, agosto 15, 2004

Skitzoalert 

Ayer, acostada en mi cama, sin ganas de nada. Sola en la inmensidad de mis tres cuartos de plaza, tan finita que puedo pararme a horcajadas sobre ella y obrar milagros. Sin ganas de nada, entonces, descubriendo nuevas formas en las vetas oscuras del techo a dos aguas. Hay una cara de oso. Una niña jugando con una rueda de madera y un palillo, como en un internado de señoritas. Un ojo de camaleón, de esos que son como conos y terminan en punta.

Agarré un libro prestado por un muchachito grande, Las partículas elementales, de Houellebecq. Ácido, muy ácido. Tenía razón, me iba a gustar. Me recomendó que lo leyera despacio. No me conoce, lo estoy devorando con una avidez que no me es extraña. Probablemente lo relea sólo para darle el gusto, no tiene desperdicio.

El punto de toda esta introducción es que a las cuatro páginas de lectura ví por el rabillo del ojo, en la banqueta que sostiene mi teléfono, una figura de hombre. Camisa azul, cabello rubio oscuro, petisito, sentado e inclinado hacia adelante, mirándome con picardía aún cuando yo nunca vi su cara. Sentí que me observaba, por un segundo muy fugaz. Me cagué en las patas. ¿Principio de esquizofrenia a los 21 años? ¿No será demasiado pronto?

Pestañeé y había desaparecido, como cualquier otro chico en mi vida.

Tonight's song: Sick, sad little world - Incubus. Best served with: la próxima, encontrarlo mirándome a los ojos dentro de mis propias sábanas.

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