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domingo, junio 13, 2004

En una casa con pocas orejas 

En la casa de mis tíos, en San Isidro. Alquilada, calentita, muy hogar. Cuadros de Van Gogh por todos lados, un mural que es un portón de pinceladas gruesas y luminosas. La dueña anterior era fanática de Vincent y tienen arte copiada por todos lados.

Ahí fue que, entre el ruido del agua hirviendo y facturas recién hechas, me perdí en el cuello calentito de mi sobrino de nueve días, que no conocía. Le ponía la cara cerca de la mejilla suavecita y me tiraba la boca, como buscando una teta que lo alimentara. Se agarraba fuerte de mi dedo mientras me inundaba su aliento cálido de bebé chiquito, de bultito de respiración acompasada pero rápida, como un hamstercito tranquilo y sabio. Salí con la cabeza en calma, y no me aceleré más.

Definitivamente necesito cariño, this time is for sure. Mi propio olor a vainilla no es suficiente, necesito que alguien más lo huela de mis clavículas. Necesito que me acaricien el pelo y me describan con voz melosa lo suave que está, cómo corre entre los dedos, cómo hace cosquillas cuando nos abrazamos. Que me besen con lentitud los hombros, que me acaricien los antebrazos con las yemas y me dé escalofríos, un abrazo de oso lleno de animaladas contenidas tan sólo ese momento.

Vamos, no puede ser tan difícil.

Tonight's song: We've only just begun - The Carpenters. Best served with: cursilerías y empalagosas a la orden del día, y no me importa admitirlo de vez en cuando.

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