jueves, enero 08, 2004
Corte a infancia en sepia
Terminé de cenar, agarré mis cosas y me disponía a irme -con mi abuela atrás tiroteándome recomendaciones que iban desde "acordate de poner la alarma" hasta "tomaste la pastilla, no nena?"- cuando, cruzando el portón blanco desvencijado que separa la casa del jardín, vi el pasto húmedo cubierto íntegramente por las luciérnagas más hermosas. Eran como fuegos artificiales intermitentes, un arbolito de navidad desperdigado en la oscuridad. Precioso, precioso. Más precioso aún porque desde mis ocho años que no veo luciérnagas. Las recordaba más grandes, más brillantes. Logré que una se me subiera al índice y que la frase incontenible se subiera a mi boca: "ET; casa, teléfono". Después reflexioné con mi cabeza de veinte abriles: si pusiéramos ocho o nueve celulares en el piso, lograríamos el efecto.
Me parece que poco a poco le pierdo el romanticismo a las cosas.
Me parece que poco a poco le pierdo el romanticismo a las cosas.