jueves, noviembre 13, 2003
De la importancia del olfato
Y todo se reduce al olor de los azahares, de las caléndulas y las fresias blancas, de las rosas jaspeadas y el pasto recién cortado. Vos te sonreís, rememorás esas fragancias tan frescas, tan de verano campestre, tan Glade Aromas del Bosque. Y sin embargo fijate que no podés recordarlas con sólo un esfuerzo de tu mente. Tenés que sentirlas entrar de vuelta por tu nariz con sus dulzores embriagantes o sus ácidas picazones.
O al olor de un bebé recién nacido. Huele a tibio, a madre, a panza, a leche fresca al sol y a caricias. Y es lo más lindo, enterrar la cara en ese pechito tan pequeño y a la vez inconmensurable; y sentir que te podés perder para siempre ahí, que de repente él te está cuidando a vos.
O al aroma salino -sedante- del mar. Que aunque estés a cuadras de distancia lo percibís, como un presagio. Y se asemeja al otro aroma salino, a ese que sentís cuando después de haber luchado en la cama con tu pequeño amante secreto, te tumbás de espaldas y clavás la mirada en el techo, aspirando hondo y pensando en monigotes perlados, en arlequines y piruetas risibles.
O a la certeza de que la lluvia está por venir. Ése sí que es un olor indescifrable. Es como una advertencia en el éter, un aviso húmedo y electrizante que pone nervioso al más mentado. Mentado… Menta! Dulce pero pícara, picante y suave, inunda la nariz y relaja la mente. Y vainilla! Huele a sol, a amarillo, a bizcochuelo de la abuela. Y sandía! Aunque parezca mentira, huele a agua, a refresco, a tarde de verano a la sombra.
Y todo se reduce al olor de todo. Y lo más bello del asunto es que, al no poder rememorar esos olores, tenés que buscarlos para experimentarlos de vuelta. Y no hay nada más lindo que aspirar mínimamente y oler por dos breves segundos para que una catarata de recuerdos y sensaciones te llene el cuerpo, te recorra la columna con un agradable escalofrío y te ponga una sonrisa en la cara.
Hoy se curó mi sinusitis. =)
O al olor de un bebé recién nacido. Huele a tibio, a madre, a panza, a leche fresca al sol y a caricias. Y es lo más lindo, enterrar la cara en ese pechito tan pequeño y a la vez inconmensurable; y sentir que te podés perder para siempre ahí, que de repente él te está cuidando a vos.
O al aroma salino -sedante- del mar. Que aunque estés a cuadras de distancia lo percibís, como un presagio. Y se asemeja al otro aroma salino, a ese que sentís cuando después de haber luchado en la cama con tu pequeño amante secreto, te tumbás de espaldas y clavás la mirada en el techo, aspirando hondo y pensando en monigotes perlados, en arlequines y piruetas risibles.
O a la certeza de que la lluvia está por venir. Ése sí que es un olor indescifrable. Es como una advertencia en el éter, un aviso húmedo y electrizante que pone nervioso al más mentado. Mentado… Menta! Dulce pero pícara, picante y suave, inunda la nariz y relaja la mente. Y vainilla! Huele a sol, a amarillo, a bizcochuelo de la abuela. Y sandía! Aunque parezca mentira, huele a agua, a refresco, a tarde de verano a la sombra.
Y todo se reduce al olor de todo. Y lo más bello del asunto es que, al no poder rememorar esos olores, tenés que buscarlos para experimentarlos de vuelta. Y no hay nada más lindo que aspirar mínimamente y oler por dos breves segundos para que una catarata de recuerdos y sensaciones te llene el cuerpo, te recorra la columna con un agradable escalofrío y te ponga una sonrisa en la cara.
Hoy se curó mi sinusitis. =)