Me levanté al mediodía, después de haberme acostado a las siete de la mañana, y como mis viejos se habían ido a un almuerzo en no sé donde corno de campo (con caballos, pastito y toda la bola) estaba preparada a morir de inanición -porque si hay algo que odio es cocinar- cuando llama mi abuela para decirme que...
SIII ESTABA AMASANDO ÑOQUIS! Me invadió una alegría semejante a encontrar veinte pesos en el bolsillo de mi saco. Apenas me lavé la cara y los dientes, no me peiné y fui no corriendo, no trastabillando, sino planeando bajito hasta la casa de mi abus (que vive a la vuelta de mi hogar) con mis dos hermanos.
Comimos ñoquis con estofado. Comimos pastrafrola de membrillo y batata. Comimos lemon pie (con el lemon curd ése que hace mi hermano, que me salió muy Francis y poco Mallman). Comimos galletitas de vainilla con dulce de durazno. Tomamos café, té y mate para compensar tanto sólido. Miré Reality Bites, fui al jardín a ver flores in bloom, descargué toda la mierda que me había quedado adentro con lo del boludazo ese formerly known as pseudoboyfriend -y mi abuela me escuchó a full, y me apoyó en todo- y, feliz y contenta y exultante, retorné a mi hogar a estudiar para los parciales y entregas de esta semana, SIN UN ASOMO DE CULPA. Estoy evolucionando a Pikachu.

Estoy creciendo. Para los costados.