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lunes, octubre 02, 2006

168. 

La palabra “Tragedia”, entre los griegos,
no aludía exclusivamente a lo terrible
sino básicamente a lo inexorable.



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Agustina Sibemhart se despertó esperando encontrar un manchón sanguinolento en el medio del sommier. Nada. Blanco como la nieve. Era el noveno día de atraso y no podía con sus nervios. Lo único que me falta, pensaba, tener un hijo del chupacirios católico, del Innombrable, del Novio/Némesis de papá Samuel. Se resignó, se dio un baño de inmersión, se relajó y se vistió. Juntó los apuntes de Teoría de las Organizaciones, las muestras de tela con el feo logo familiar y apuntó derechito a la facultad, donde aprendería a llevar adelante el próspero negocio textil.
En el camino a la parada, decidió tres cosas: dejar la carrera a fin de cuatrimestre y dedicarse a la filosofía, comprar un Evatest a la salida de la clase y, de dar positivo, escapar de su casa.
Cuando sube al colectivo, musita un buenosdíasseñor al chofer y paga con una moneda de un peso.

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La cuarta de siete hermanos, Jésica Garrido viaja en el segundo asiento de la derecha. Lleva a su hija al jardín de infantes que queda a dos cuadras de la mercería donde trabaja. Solange, 3 añitos, sala verde turno mañana, tironea del hilo que de a poco le enseña su nombre, bordado en su bolsita, mientras hace puchero que amenaza quebrarse en llanto cuando Jésica le niega el upa. Fastidiosa, se da vuelta en el asiento y chupa con fruición el reborde de cuero, manoseado hasta el hartazgo, mientras un moco de resfrío cae indiscreto de su nariz.
Jésica sigue tejiendo al crochet, pensando en el aumento que le prometieron a fin de mes y el arreglo de la tele del comedor. Por fin va a demostrarle a su madre que puede arreglarse sola, que no fue un error no abortar, que en sus zapatos entra también un padre, que los pantalones de la casa no le quedan grandes. Sonríe triunfal y acomoda a Solange mirando al frente.


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Alfredo Spano nació en Trieste. No sabe bien si es esloveno o italiano, sólo recuerda que fue escupido por la Guerra a este país ahora ingrato. Herrero de profesión, artista de vocación, jubilado de cuerpo, joven de alma, tiene la cadera casi tan quebrada como la voluntad. Como todos los martes, enfila para Chacarita a dejarle flores a Stella Maris, y a contarle que por fin aumentaron su jubilación y que ahora va a dejar de comprar la morfina genérica.
Para el colectivo con el bastón, acepta la ayuda de un muchacho joven que lo empuja desde atrás para subir, resuella y pregunta, como todos los martes, cuánto sale el boleto al cementerio. Le cuesta poner las moneditas de 10 centavos en esa máquina que aún no entiende.

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Portador de acné juvenil severo y fanático de Intoxicados, Nicolás Ferrero trabaja de cadete administrativo de La Caja. No entiende por qué la casa central está tan a trasmano del microcentro, hacia donde debe ir cada dos por tres. Menos mal que ahora está volviendo y no tiene que salir más hasta la tarde, así le pide la computadora a Rivera, el de Seguridad, para chatear con Nan y bajar un par de “fotos pícaras”, como las llama el policía gigantón con cara de bueno.
En la parada hay un viejito con bastón esperando el colectivo. Nicolás putea por dentro, anticipando que habrá un asiento menos a ser ocupado porque el viejo seguro se va a querer sentar. De todas maneras, lo ayuda a subirse. Nicolás putea de vuelta porque el viejo se toma 6 minutos para sacar el boleto. Finalmente, se sienta y sube el volumen de su walkman. Se queda dormido, la cabeza contra la ventanilla, y sueña con Nan. En el sueño, se anima a confesarle su amor.


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Esteban Carreras es hijo y nieto de choferes, todos de la línea 168. Novato y a disgusto, todavía sueña con ponerse un negocio de comics. Detesta que lo llamen bondilero. Lo cagan a trompadas en el baño de la Terminal porque todavía es lento y muy respetuoso-temeroso con el tránsito, entonces retranquea y roba pasajeros del chofer que le sigue. Si su padre estuviera vivo, no le tocarían ni un pelo, no le escupirían la campera, no le trabarían la máquina con ganchitos de metal.
Ayer le pegaron una patada en el hígado que todavía le duele. Le recuerda con puntadas cada segundo que pasa, como si le hubieran encastrado un reloj para que no se atrase. Por eso hoy viene haciendo muy buen tiempo: los semáforos se pintan de verde a su paso, los taxis no se paran a recoger pasajeros y parece que nadie se baja hasta Chacarita.
‘Tamadre, voy a agarrar la barrera, será de Dios, otra vez tarrrrrde me-cago-en-la-hostia. Esteban acelera a fondo y decide cruzar las vías del San Martín, son las nuevecatorce y el tren que viene de San Miguel todavía no está cerca: no ve su reflejo en los ventanales de vidrio del edificio hermoso de La Caja de Ahorro y Seguro. Tensa los hombros, respira hondo y gira con resolución el volante, eludiendo la barrera.


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Juan Severino es maquinista desde que recuerda. A sus 51 años, se jacta de su manejo intachable, de su puntualidad y de su lucidez al frente de la formación. Las únicas veces que no cumple con el horario es por culpa de los mecánicos, que tardan en revisar que el tren esté listo para salir; o por culpa de la empresa, que cancela servicios sin razón aparente. Todos los días empieza su labor con el Retiro-San Miguel de las 09:00 horas.
Juan cumplió años ayer, y lo festejó en su casa con un asado delicioso, bien regado con vino tinto. Remató la comilona con bombas de crema de su suegra y selva negra de su mujer. Por eso hoy estuvo agarrado del borde del inodoro de la estación Retiro hasta las nueve y dos minutos. Primera vez en 23 años de trabajo que llegaba tarde a su puesto, primera vez que un tren conducido por él salía con retraso por su culpa. Sacó cuentas rápidas: si salgo ya, llego a Palermo en cuatro minutos, de ahí le meto pata a fondo hasta Chacarita, llego nueve y cuarto, y si no se me quema la caldera, en Devoto ya recupero el tiempo que perdí. Ay Norita, Norita, quién te manda a cocinar a vos…
Suena el silbato -Juan se acomoda el pelo y saluda al viejo vendedor de crucigramas que queda sentado en la estación-, arranca el tren.


Tonight's song:
El anillo del capitán Beto - Spinetta. Best served with: che, pensar algo exclusivamente para el blog, ni da, no?

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