lunes, mayo 29, 2006
La fauna gimnástica
En la jungla del bienestar fisico, podemos encontrar toda clase de alimañas que hacen de este ecosistema un lugar hilarante. Pasen y vean.
La recepcionista mala onda
Estar detrás de un mostrador durante 14 horas diarias ha afectado tanto su estado de ánimo como su culo, eterno receptor de células adiposas. Para compensar un poco, vive maquillándose y poniéndose perfume, convive con un espejo doble (de esos que tenía tu abuela, de carey, con uno de sus lados de espejo con aumento para depilarse bien las cejas) y un delineador de labios que no podría ser más grasa. Tiene las uñas como garras, perfectamente esculpidas, y para hacerte el ticket de pago del mes marca en el teclado de la computadora con un lápiz, como Susana Giménez en sus mejores épocas. En un principio por lo menos tiraba buen humor con los hombres, pero luego de años de ser constantemente subestimada (no olvidemos que convive con profesoras cuyo culo es una roca tallada) ha terminado por convertirse en una amargada lectora de Revistas Estar Bien, Mía, Para Tí y similares.
La señora que limpia el sudor
La pobre tiene un trabajo digno de extra de Hollywood. Meter la mano en la rejilla del vestuario de hombres demanda mucho coraje. Es la que junta las toallas que te alquilan en el recinto y las lleva al lavadero, cargando un manojo de hedionda putrefacción sudorosa en su espalda, la que tiene que rasquetear los restos de jabón y los gotones indiscretos de shampoo del piso de las duchas, la que lidia con tampones, toallitas y protectores que misteriosamente van a parar a cualquier lado menos al cesto. Ha perdido por completo su sentido del olfato, por eso es común olerla a la distancia: como no reconoce ni el sudor propio ni el ajeno, el vaho a ajo transpirado que emana su cuerpo es perfectamente identificable a cuatro cuadras de distancia.
Los profesores
El eterno buenhumorado
Le engramparon las comisuras de los labios a los premolares: el tipo no para de sonreír desde que llega hasta que se va. Siempre pum para arriba, siempre contento y exhultante, el eterna buena onda pone en marcha una maquiavélica estrategia para que sus alumnos se muevan en la clase: pura pila, grititos de satisfacción cada vez que tira un músculo, "qué placer hacer abdominales, sientan cómo trabajan", y un largo etcétera. Mientras los demás bufan y putean por lo bajo, él disfruta cada segundo de su clase, como si fuera la primera vez (y eso que la viene dando hace diez años, todos los días, tres veces por día). Con él podés entablar dos tipos de relaciones, totalmente opuestas: o te contagia la alegría de vivir y te hace mejor persona, o empezás a detestarlo con toda tu alma porque "vamos, nadie puede ser tan feliz tanto tiempo". Generalmente dicta clases movidas, como aerobics, aerosalsa, aerocumbia, aeropuerto, aeromoza y aerobox.
El flamboyantly gay
La homosexualidad le brota por todos los poros, y él está orgulloso de ello. No es sólo que le gusten los hombres, no no. El tipo es una diva, que sueña con ser bailarina en el Maipo pero nunca le dio el physique du rol. Exagera cada movimiento con premura y dedicación, sus ademanes son exquisitos y llenos de gracia y combina toda su ropa (ajustada hasta lo irrespirable), sin repetir nunca ninguna prenda. Usa calzas mínimas, que marcan su desproporcionado bulto a niveles ridículos, y se depila las piernas, a un punto tal que muchas de sus alumnas le preguntan quién le pasa tan bien la cera negra. Generalmente tiene claritos color miel, pelo engelado y bronceado zarpado de cama solar, lo que lo convierte en un muñeco Ken anatómicamente correcto y sexualmente invertido. Sus clases son principalmente salsa, baile latino, hip-hop, funk y danza clásica y contemporánea, y le encantaría que alguna de sus alumnas lo reclutara para animar una despedida de soltera.
El milico retirado
Instrucción temprana en colegio pupilo y liceo naval, aéreo y militar; el milico retirado es un coronel rozando los cuarenta que mantiene un físico envidiable, digno de un pendejo de veintitantos. Usa el pelo rapado, tiene leves canas y una mandíbula fuerte, cuadrada, acostumbrada a gritar órdenes. Su educación a nivel físico se centra en el arte del combate, en casi todas sus manifestaciones, por eso enseña tae-bo, tae-kwon-do, aikido, origami nuclear y cualquier movimiento que implique fuerza bruta y violencia innecesaria. Tiene un vozarrón duro y cascado, porta siempre cara de culo inmutable y usa guantes de combate aún cuando sólo tire trompaditas al aire. Le encantaría enseñar en borcegos y uniforme de camuflaje, pero las reglas del gimnasio le obligan a usar zapatillas con cámara de aire, a las que pertinentemente le instaló un par de bombas de humo, por las dudas los irreverentes se le rebelen. Lo han visto destruir bolsas de arena a los golpes, gritar en el oído de dulces jovencitas con los ojos inyectados en sangre y echar a más de la mitad de la concurrencia por "no demostrar lealtad a la patria y al ejercicio". Colecciona GI-Joe y arma tanques en miniatura, como parte de su fútil terapia anti-stress. Su ídolo es Van Damme y su jugador preferido en el Street Fighter es Guille.
El relajado
Paz, amor y armonía corporal y mental. Ésa es su filosofía, y la sigue hasta el hartazgo. Habla siempre bajito, como susurrando, y no se le entiende una mierda lo que explica, porque vos estás a veinte metros de distancia y haciendo fuerza para no quedarte dormido. Chamuya sobre bosques mágicos, vuelos maravillosos y una sarta de palabrería pseudohippona para que te relajes, y vos seguís pensando en lo buena que está la flaca que está abriendo el culo en posición de loto invertido enfrente tuyo. Se viste con ropas holgadas y en colores pastel, en telas de lino o seda muy ligera, generalmente es calvo o rapado y jamás deja escapar un gesto, parece una maquinita rellena de Vívere: todo suavecito y odioso. Sus clases son las más humillantes, porque al relajarte más de una vez has dejado escapar un gas contenido, o babeado la colchoneta al son de un ronquido ahogado. Por lo general enseña pilates o yoga.
El músculo reventado
Es una masa enorme de músculos henchidos y venas latientes. Entra y ni muestra el carnet. Como para no reconocer su osamenta, su piel rojiza de tanto esfuerzo, su pelo cortado como un cepillo, engelado y duro como todo él, sus musculosas de colores chillones y estridentes que parecen pintadas con latex sobre sus inconmensurables pectorales y sus prominentes tetillas. Pide que le pasen cierta música, especialmente electrónica, para comenzar con 10 minutos de piernas y 2 horas de brazos y espaldas. Se zarpa tanto ejercitando su parte superior que parece un muñeco Michelin al que le desinflaron las piernas. Se mira al espejo, se pone guantes, y empieza a transpirar. Solo. Levanta pesas del tamaño de superpizzas, y está el acecho por si alguno de sus amigos dotados necesita una manito para levantar algo muy duro. Hay algo de amistad pseudohomosexual en todo este ritual, que trataremos en otro capítulo. De día come 12 yemas de huevo y de noche come mucha fruta, que acompaña con un "Suplemento Vitamínico" (eufemismo pedorro para anabólicos), un polvo mágico que sale de un pote de 20 kilos y que acaba en menos de un mes. A pesar de tener semejante masa corporal, tiene una voz muy aniñada y sus genitales son ínfimos, cosa que disimula encasquetándose una media enrollada en sus shorts entallados.
Los alumnos
El profesor wannabe
Se le iluminan los ojos cuando el profesor pone música y empieza la clase. Aplaude cuando terminan de elongar, lagrimea como si terminara de escuchar a la Calas cantando Aída y siempre, SIEMPRE se acerca al profe para preguntarle alguna boludez, sólo para que los demás piensen que son re amigos. Como sabe la clase al dedillo, siempre está apuntando a los demás cómo deben hacer los ejercicios, aún cuando él los esté haciendo mal por estar pendiente de los otros alumnos. Es el lamebotas que ayuda a juntar las colchonetas y las pesitas después de la clase, el que se jacta de "cómo ejercité hoy, me siento re energético, esta clase es buenísima" y el que siempre quiere hacer el curso de profesor, y siempre lo bochan porque tiene menos condición física que una ameba que perdió su única célula.
El musculito esteróidico
Émulo del profe músculo reventado, copia cada uno de sus movimientos, come el mismo polvo de mierda y compra sus musculosas en el mismo local. Lástima que el pibe mide 1.50 de alto y si sigue ejercitando, va a alcanzar la misma medida de ancho. Es como un enano de Blancanieves que limó y empezó a levantar troncos por el bosque, no hay ropa que le quede bien y encima se cree grosso, cuando todos saben que es un petiso prepotente y toreador, que a la primera de cambio se come los mocos.
El gay copado
Se prende en todas, es el mejor amigo de todas las minas que van al gym y tiene tips de belleza para cualquier problema. Lo peor de todo es que el flaco está bueno, y las chicas viven preguntándose la causa de semejante desperdicio. Hace muchas abdominales, ejercicios de espalda y sobre todo de culo. Debe querer reforzarlo para la fiesta de la noche.
La adolescente regordeta
Detesta ir al gimnasio, sólo asiste porque su madre, su nutricionista y una orden judicial se lo demandan. Todavía no perdió la grasa infantil, pero ya quiere hacerse las tetas. Tiene aparatos fijos, anteojos, el pelo graso y todos los granos del mundo amuchados en su cara, pero no le importa. Hace los ejercicios a desgano, se va antes, no se ducha y se va sucia a la casa y siempre se ubica atrás de todo, al costadito, para echarse resoplando mientras los demás saltan. Es la más sabia de todas: sabe que sudarla todo el día no va a cambiar el culo gigante que la pileta de genes le está por regalar.
El ama de casa pre-verano
Es la versión adulta de la adolescente regordeta: vive zampándose combos en Mc Donald's, bizcochitos de grasa con el mate y dulce de leche a cucharadas soperas durante todo el año, hasta que empieza el calorcito. Ahí es cuando se enciende una señal de alerta en su cerebro que dice: "Estela, este año no vas a entrar en la malla si seguís así!". Acto seguido, se anota en un gimnasio, empieza una dieta truchísima que le hace bajar la presión y se desmaya después de cada abdominal. Llega al verano pálida, caída, ojerosa, con menos pelo y menos energía que nunca. Y cuando vuelve de Mar Chiquita, empieza a comer como cerdo de vuelta.
La separada reciente
Se mata en el gimnasio, va a todas las clases, pero no va por amor al deporte. Va a conocer hombres (potenciales garches) y mujeres (potenciales compañeras de infortunio con quien juntarse los sábados por la noche a conocer aún más potenciales garches). Se compra las calzas más ajustadas que puede encontrar en Once, se retoca el maquillaje después de cada clase, va a hacer aparatos con el brushing recién hecho e histeriquea con el profesor, con sus compañeros y hasta con la señora de la limpieza. Está despechada y desquiciada.
Los internados seriales
Son como Droppy. Están en todo el gimnasio, todo el tiempo, en cada rincón. Te los cruzás en todas las clases, en el vestuario, a toda hora. Esperan en la puerta del gimnasio hasta que abre, y bajan la persiana cuando cierra. Sufren por no poder hacer dos clases al mismo tiempo, pero compensan un poco yendo religiosamente sábados y domingos. No hablan de otra cosa, no viven para otra cosa. Se rumorea por ahí que en un principio hablaban y todo. Ahora son como autistas que van rotando sobre los aparatos con la mirada fija y la mueca de esfuerzo constante. Se les rompe el corazón si se rompe una máquina, viven pendientes de su peso y cuando nadie los ve, lustran las pesitas y les dan besos mimosos.
Tonight's song: Work it - Missy Elliot. Best served with: un deporte normal, sano. Ajedrez, por ejemplo.
La recepcionista mala onda
Estar detrás de un mostrador durante 14 horas diarias ha afectado tanto su estado de ánimo como su culo, eterno receptor de células adiposas. Para compensar un poco, vive maquillándose y poniéndose perfume, convive con un espejo doble (de esos que tenía tu abuela, de carey, con uno de sus lados de espejo con aumento para depilarse bien las cejas) y un delineador de labios que no podría ser más grasa. Tiene las uñas como garras, perfectamente esculpidas, y para hacerte el ticket de pago del mes marca en el teclado de la computadora con un lápiz, como Susana Giménez en sus mejores épocas. En un principio por lo menos tiraba buen humor con los hombres, pero luego de años de ser constantemente subestimada (no olvidemos que convive con profesoras cuyo culo es una roca tallada) ha terminado por convertirse en una amargada lectora de Revistas Estar Bien, Mía, Para Tí y similares.
La señora que limpia el sudor
La pobre tiene un trabajo digno de extra de Hollywood. Meter la mano en la rejilla del vestuario de hombres demanda mucho coraje. Es la que junta las toallas que te alquilan en el recinto y las lleva al lavadero, cargando un manojo de hedionda putrefacción sudorosa en su espalda, la que tiene que rasquetear los restos de jabón y los gotones indiscretos de shampoo del piso de las duchas, la que lidia con tampones, toallitas y protectores que misteriosamente van a parar a cualquier lado menos al cesto. Ha perdido por completo su sentido del olfato, por eso es común olerla a la distancia: como no reconoce ni el sudor propio ni el ajeno, el vaho a ajo transpirado que emana su cuerpo es perfectamente identificable a cuatro cuadras de distancia.
Los profesores
El eterno buenhumorado
Le engramparon las comisuras de los labios a los premolares: el tipo no para de sonreír desde que llega hasta que se va. Siempre pum para arriba, siempre contento y exhultante, el eterna buena onda pone en marcha una maquiavélica estrategia para que sus alumnos se muevan en la clase: pura pila, grititos de satisfacción cada vez que tira un músculo, "qué placer hacer abdominales, sientan cómo trabajan", y un largo etcétera. Mientras los demás bufan y putean por lo bajo, él disfruta cada segundo de su clase, como si fuera la primera vez (y eso que la viene dando hace diez años, todos los días, tres veces por día). Con él podés entablar dos tipos de relaciones, totalmente opuestas: o te contagia la alegría de vivir y te hace mejor persona, o empezás a detestarlo con toda tu alma porque "vamos, nadie puede ser tan feliz tanto tiempo". Generalmente dicta clases movidas, como aerobics, aerosalsa, aerocumbia, aeropuerto, aeromoza y aerobox.
El flamboyantly gay
La homosexualidad le brota por todos los poros, y él está orgulloso de ello. No es sólo que le gusten los hombres, no no. El tipo es una diva, que sueña con ser bailarina en el Maipo pero nunca le dio el physique du rol. Exagera cada movimiento con premura y dedicación, sus ademanes son exquisitos y llenos de gracia y combina toda su ropa (ajustada hasta lo irrespirable), sin repetir nunca ninguna prenda. Usa calzas mínimas, que marcan su desproporcionado bulto a niveles ridículos, y se depila las piernas, a un punto tal que muchas de sus alumnas le preguntan quién le pasa tan bien la cera negra. Generalmente tiene claritos color miel, pelo engelado y bronceado zarpado de cama solar, lo que lo convierte en un muñeco Ken anatómicamente correcto y sexualmente invertido. Sus clases son principalmente salsa, baile latino, hip-hop, funk y danza clásica y contemporánea, y le encantaría que alguna de sus alumnas lo reclutara para animar una despedida de soltera.
El milico retirado
Instrucción temprana en colegio pupilo y liceo naval, aéreo y militar; el milico retirado es un coronel rozando los cuarenta que mantiene un físico envidiable, digno de un pendejo de veintitantos. Usa el pelo rapado, tiene leves canas y una mandíbula fuerte, cuadrada, acostumbrada a gritar órdenes. Su educación a nivel físico se centra en el arte del combate, en casi todas sus manifestaciones, por eso enseña tae-bo, tae-kwon-do, aikido, origami nuclear y cualquier movimiento que implique fuerza bruta y violencia innecesaria. Tiene un vozarrón duro y cascado, porta siempre cara de culo inmutable y usa guantes de combate aún cuando sólo tire trompaditas al aire. Le encantaría enseñar en borcegos y uniforme de camuflaje, pero las reglas del gimnasio le obligan a usar zapatillas con cámara de aire, a las que pertinentemente le instaló un par de bombas de humo, por las dudas los irreverentes se le rebelen. Lo han visto destruir bolsas de arena a los golpes, gritar en el oído de dulces jovencitas con los ojos inyectados en sangre y echar a más de la mitad de la concurrencia por "no demostrar lealtad a la patria y al ejercicio". Colecciona GI-Joe y arma tanques en miniatura, como parte de su fútil terapia anti-stress. Su ídolo es Van Damme y su jugador preferido en el Street Fighter es Guille.
El relajado
Paz, amor y armonía corporal y mental. Ésa es su filosofía, y la sigue hasta el hartazgo. Habla siempre bajito, como susurrando, y no se le entiende una mierda lo que explica, porque vos estás a veinte metros de distancia y haciendo fuerza para no quedarte dormido. Chamuya sobre bosques mágicos, vuelos maravillosos y una sarta de palabrería pseudohippona para que te relajes, y vos seguís pensando en lo buena que está la flaca que está abriendo el culo en posición de loto invertido enfrente tuyo. Se viste con ropas holgadas y en colores pastel, en telas de lino o seda muy ligera, generalmente es calvo o rapado y jamás deja escapar un gesto, parece una maquinita rellena de Vívere: todo suavecito y odioso. Sus clases son las más humillantes, porque al relajarte más de una vez has dejado escapar un gas contenido, o babeado la colchoneta al son de un ronquido ahogado. Por lo general enseña pilates o yoga.
El músculo reventado
Es una masa enorme de músculos henchidos y venas latientes. Entra y ni muestra el carnet. Como para no reconocer su osamenta, su piel rojiza de tanto esfuerzo, su pelo cortado como un cepillo, engelado y duro como todo él, sus musculosas de colores chillones y estridentes que parecen pintadas con latex sobre sus inconmensurables pectorales y sus prominentes tetillas. Pide que le pasen cierta música, especialmente electrónica, para comenzar con 10 minutos de piernas y 2 horas de brazos y espaldas. Se zarpa tanto ejercitando su parte superior que parece un muñeco Michelin al que le desinflaron las piernas. Se mira al espejo, se pone guantes, y empieza a transpirar. Solo. Levanta pesas del tamaño de superpizzas, y está el acecho por si alguno de sus amigos dotados necesita una manito para levantar algo muy duro. Hay algo de amistad pseudohomosexual en todo este ritual, que trataremos en otro capítulo. De día come 12 yemas de huevo y de noche come mucha fruta, que acompaña con un "Suplemento Vitamínico" (eufemismo pedorro para anabólicos), un polvo mágico que sale de un pote de 20 kilos y que acaba en menos de un mes. A pesar de tener semejante masa corporal, tiene una voz muy aniñada y sus genitales son ínfimos, cosa que disimula encasquetándose una media enrollada en sus shorts entallados.
Los alumnos
El profesor wannabe
Se le iluminan los ojos cuando el profesor pone música y empieza la clase. Aplaude cuando terminan de elongar, lagrimea como si terminara de escuchar a la Calas cantando Aída y siempre, SIEMPRE se acerca al profe para preguntarle alguna boludez, sólo para que los demás piensen que son re amigos. Como sabe la clase al dedillo, siempre está apuntando a los demás cómo deben hacer los ejercicios, aún cuando él los esté haciendo mal por estar pendiente de los otros alumnos. Es el lamebotas que ayuda a juntar las colchonetas y las pesitas después de la clase, el que se jacta de "cómo ejercité hoy, me siento re energético, esta clase es buenísima" y el que siempre quiere hacer el curso de profesor, y siempre lo bochan porque tiene menos condición física que una ameba que perdió su única célula.
El musculito esteróidico
Émulo del profe músculo reventado, copia cada uno de sus movimientos, come el mismo polvo de mierda y compra sus musculosas en el mismo local. Lástima que el pibe mide 1.50 de alto y si sigue ejercitando, va a alcanzar la misma medida de ancho. Es como un enano de Blancanieves que limó y empezó a levantar troncos por el bosque, no hay ropa que le quede bien y encima se cree grosso, cuando todos saben que es un petiso prepotente y toreador, que a la primera de cambio se come los mocos.
El gay copado
Se prende en todas, es el mejor amigo de todas las minas que van al gym y tiene tips de belleza para cualquier problema. Lo peor de todo es que el flaco está bueno, y las chicas viven preguntándose la causa de semejante desperdicio. Hace muchas abdominales, ejercicios de espalda y sobre todo de culo. Debe querer reforzarlo para la fiesta de la noche.
La adolescente regordeta
Detesta ir al gimnasio, sólo asiste porque su madre, su nutricionista y una orden judicial se lo demandan. Todavía no perdió la grasa infantil, pero ya quiere hacerse las tetas. Tiene aparatos fijos, anteojos, el pelo graso y todos los granos del mundo amuchados en su cara, pero no le importa. Hace los ejercicios a desgano, se va antes, no se ducha y se va sucia a la casa y siempre se ubica atrás de todo, al costadito, para echarse resoplando mientras los demás saltan. Es la más sabia de todas: sabe que sudarla todo el día no va a cambiar el culo gigante que la pileta de genes le está por regalar.
El ama de casa pre-verano
Es la versión adulta de la adolescente regordeta: vive zampándose combos en Mc Donald's, bizcochitos de grasa con el mate y dulce de leche a cucharadas soperas durante todo el año, hasta que empieza el calorcito. Ahí es cuando se enciende una señal de alerta en su cerebro que dice: "Estela, este año no vas a entrar en la malla si seguís así!". Acto seguido, se anota en un gimnasio, empieza una dieta truchísima que le hace bajar la presión y se desmaya después de cada abdominal. Llega al verano pálida, caída, ojerosa, con menos pelo y menos energía que nunca. Y cuando vuelve de Mar Chiquita, empieza a comer como cerdo de vuelta.
La separada reciente
Se mata en el gimnasio, va a todas las clases, pero no va por amor al deporte. Va a conocer hombres (potenciales garches) y mujeres (potenciales compañeras de infortunio con quien juntarse los sábados por la noche a conocer aún más potenciales garches). Se compra las calzas más ajustadas que puede encontrar en Once, se retoca el maquillaje después de cada clase, va a hacer aparatos con el brushing recién hecho e histeriquea con el profesor, con sus compañeros y hasta con la señora de la limpieza. Está despechada y desquiciada.
Los internados seriales
Son como Droppy. Están en todo el gimnasio, todo el tiempo, en cada rincón. Te los cruzás en todas las clases, en el vestuario, a toda hora. Esperan en la puerta del gimnasio hasta que abre, y bajan la persiana cuando cierra. Sufren por no poder hacer dos clases al mismo tiempo, pero compensan un poco yendo religiosamente sábados y domingos. No hablan de otra cosa, no viven para otra cosa. Se rumorea por ahí que en un principio hablaban y todo. Ahora son como autistas que van rotando sobre los aparatos con la mirada fija y la mueca de esfuerzo constante. Se les rompe el corazón si se rompe una máquina, viven pendientes de su peso y cuando nadie los ve, lustran las pesitas y les dan besos mimosos.
Tonight's song: Work it - Missy Elliot. Best served with: un deporte normal, sano. Ajedrez, por ejemplo.
Cuestión de Sexos
El comportamiento del ser humano en cada instancia de la vida es único e irrepetible, y está definido por su género. Hombres y mujeres reaccionan de manera casi diametralmente opuesta a distintos estímulos y situaciones, lo que nos hace preguntarnos a nosotros mismos (sí, hablamos mucho con nosotros mismos): ¿cómo puede ser que dos seres tan distintos terminen engarzándose en una relación parejil plena y dichosa?
Enumeraremos a continuación diferentes ámbitos y las performances de cada sexo.
El Fútbol
La reacción ante este deporte, tanto en vivo como su visualización por medios televisivos y/o radiales, es opuesta en cada sexo.
El hombre siente pasión, desenfreno, angustia, ansiedad, nerviosismo y una alegría sin parangón, todo junto cuando el referí pita el comienzo del partido. Resta imaginar después en qué terminará todo eso. Ve en el fútbol el anhelo de destacarse que lo marcó de niño, el “Quiero ser como el Diego” que nunca llegó. Se cree que mirando fútbol está contribuyendo con el deporte, que la panza de cerveza automáticamente se desinflará, que el árbitro lo escucha a través del vidrio de la tele, que los jugadores tienen un audífono que registra sus opiniones sobre dónde patear. Apenas empieza el primer tiempo, el hombre sufre un cambio en su dialecto: por más culto que sea, automáticamente pierde las eses por el camino, y todo lo que sale de su boca suena indefectiblemente “a negro”. Ej: Palermo se tiene que retirá´ del fúlbo, loco. No puede jugá´ má a náa. Orsai, jué, orsai! Qué ta mirando, referí de papi! Ponémelo a Esqueloto, viejo! Y similares.
La mujer, en cambio, mantiene una relación mucho más distante, contemplativa y hasta a veces de crítica destructiva para con este noble deporte. Apenas se acerca a él, trata de aprehenderlo, más que nada para no quedar como una ortiva cuando los amigos de su novio se juntan a ver un partido. Con el paso de los años, se da cuenta de la cruel realidad: son 22 hombres maduros, padres de familia y deportistas consagrados, corriendo como bodoques lobotomizados atrás de una esfera de diseño horrible, tirándose al piso como maricones al más leve toque, escupiendo en el piso, rompiendo el pasto, con lo que cuesta hacerlo crecer! y demás. Qué clase de ejemplo están recibiendo sus maridos, sus hijos, sus sobrinos??? No entiende cuándo es penal, cuándo es offside y cuándo no tiene que preguntar si van empatando 0 a 0, porque es probable que reciba un botellazo de Quilmes en la frente.
La Cocina
Aún siendo ámbito exclusivo de la mujer, en esta sociedad machista en la que vivimos, la cocina fue ganando adeptos en el sector masculino, aunque siempre manteniendo extremas distancias.
El hombre irrumpió por primera vez en la cocina cuando vio que era socialmente aceptado, con personajes como Karlos Arguiñano o Martiniano Molina copando la tele: “si este ex-jugador de handball, tan desarrollado y viril, puede hacer un cordero con salsa de cerveza, yo, que juego al truco con los muchachos hace más de 15 años, me pongo un restaurant!”. No se dan maña para absolutamente nada: su reino se reduce a la comida frizada (obviamente preparada por su contrapartida femenina y almacenada en caso de emergencia), salchichas, milanesas, hamburguesas, pastas sin salsa y todo lo que se cocine en menos de siete minutos, que es el tiempo máximo atencional que puede dedicarle a un solo asunto. La sartén es un misterio, el aceite va sólo en el auto, los huevos son demasiado frágiles para este mundo difícil, el pan lactal va con todo, igual que la cerveza. Hasta que llega su redención absoluta: el asado. Ahí no hay pero que valga, es el único que puede prender un fuego como la gente, que sabe qué tipo de carbón es mejor, etc. Es un momento de introspección e intercambio de opiniones masculinas: cada uno tiene una manera distinta, está el que lo hace con bolas de papel de diario, el que compra carbón y cajones de manzana, el que compra pastillas, el que lo prende con nafta y el que, para avivarlo, le tira desodorante Colbert.
La mujer, en cambio, está en su ambiente. Todavía atesora con adoración el libro de Petrona C. de Gandulfo, regalo de su abuela, y eternamente lo consulta, aunque sólo sea para preparar un flan. Hace comidas elaboradísimas, para dos personas que siempre se van a quedar con hambre, porque si llena mucho los platos no los puede decorar con gotas de salsa de puerro con centolla. Detesta que interrumpan su labor o que los hombres se pongan creativos en la cocina, porque nunca, NUNCA lavarán los 17 recipientes que usaron para cocinarse un pancho. Se mata con agua Ser, que es placer y cuidado, Activia, para regular su tránsito intestinal lento, y leche de soja, que es menos pesada que la leche entera. No disfruta un carajo de todo lo que ingiere, porque en el fondo sabe que lo único que necesita para ser feliz es un alfajor triple de maizena.
Cuidado Personal
He aquí un punto de comparación muy interesante, que de seguro tiene que ver con la configuración biológica de cada género. El hombre planta la semilla, la mujer la recibe.
El hombre es un ser que “deja fluir”. No retiene sus emociones ni sus emanaciones. Tanto es así que cada eructo que larga es un canto a la vida y a la libre digestión, y, así como ciertas especies influyen en el sexo opuesto mediante sonidos, el hombre piensa, equivocadamente, que cada eructo sonoro vuelapelos es un afrodisíaco inescapable y un llamado ineludible a la copulación segura. Peor es el caso de los gases, comúnmente denominado por este sexo como: hijo, pedo, sordo, bomba, metralleta, estallido, rompeportón, etc. Jamás los privará de su libertad: cuando están en puerta, deben ser independientes de su creador y volar hacia la atmósfera, no importa el ámbito. Un taxi, un ascensor, una cama compartida, una minúscula oficina: cualquier lugar es bueno para dejar hacer a la naturaleza. El leit motiv es simple: “Si tiene ruido y olor, mejor”.
La mujer, en cambio, es un ser biológica y genéticamente retentivo. Retiene líquidos, retiene gases, retiene heces, retiene eructos, retiene escupidas, gargajos, toses fuertes, estornudos, mocos indiscretos y cualquier cosa que se desprenda de su organismo. Si tiene ganas de liberar sus emociones naturales, cualesquiera sean, su única excusa es “voy al baño”. Jamás aceptarán que ese gas esquivo fue suyo o que ese ruidito no fue sólo un hipo pasajero. Hay una teoría, que aún están testeando en el MIT, que dice que las mujeres retienen toda manifestación corporal hasta aproximadamente los sesenta años. Es ahí cuando largan TODO lo que guardaron, todo junto, todo estruendoso, como un maravilloso show auspiciado por Cohetes Júpiter.
Comportamiento frente a la Tecnología
En el amplio y vasto mundo del aparataje tecnológico, se genera un salto inconmensurable entre géneros.
El hombre es, por definición, un aparato en sí. Por eso siente tanta afinidad con los mismos, y no es inusual encontrarlo husmeando cuanto dispositivo se cruce por su camino, aunque no sea más que una berretada del tipo “tarjeta con lupa y luz” o similar: mientras se pueda conectar a un puerto USB, es una maravilla digna de ser adquirida. Tiene programas para cualquier, cualquier cosa, desde calcular los días que faltan para el mundial hasta calcular qué días puede ponerla hasta que su mujer se indisponga. Como navegante asiduo (casi enfermo) de Internet, sus sitios favoritos son a. Porno, b. Olé, c. Hotmail (donde chequea su mail) o d. Gmail (donde chequea su mail de trampa). Tiene los accesos directos a TODOS los programas que bajó en su vida en el escritorio, ya son tantos que no se distingue a Pamela David de fondo entre tanto iconito. Guarda archivos con nombres indescifrables, como “14/04 ingresos”, y tiene las fotos del último papi que organizaron en la oficina, o “psitreluc27.doc”, donde encuentra detallados los teléfonos de los últimos tres gatos que contactó el fin de semana con el rubro 59 de Clarín.com.
En cambio, la mujer es por definición un ser analógico. Se quedó en el floppy, y llama “disquette” a cualquier medio de almacenamiento magnético. Sí, sí, aunque claramente se trate de un cd. Para ella, meter un 3 ½ y ver aparecer datos es magia negra, el Excel es un programa creado por extraterrestres mucho más avanzados que nosotros y dejado caer en el área 51, y conectar los parlantes demanda un curso intensivo de siete semanas, previa puteada delante. Indefectiblemente se mandarán más de una cagada delante del monitor. Antes de ponerse a revisar cuál puede ser la causa, sentencian: “Rodolllfoooo, me tira error del sistema! Y yo te juro que no toqué nada”, con el mejor tono de inocencia que pueden impostar. Cliquean en cada banner, pop-up o potencial virus que encuentren, porque aún no han establecido un patrón de prioridades que diferencie un “404 Page not found” de un “Está a punto de formatear el disco C. ¿Desea continuar?”. Se enciende la señal de alarma cuando cancherean y chequean mail, o leen el diario en Internet. Claramente, están copando un territorio netamente masculino.
Aún en medio de estas irreconciliables diferencias, los seres humanos encontramos la manera de relacionarnos y bancarnos mutuamente estos rayes.
Tonight's song: Llueve - Rosana. Best served with: no sé, lo escuché recién y cuajaba con la situación.
Enumeraremos a continuación diferentes ámbitos y las performances de cada sexo.
El Fútbol
La reacción ante este deporte, tanto en vivo como su visualización por medios televisivos y/o radiales, es opuesta en cada sexo.
El hombre siente pasión, desenfreno, angustia, ansiedad, nerviosismo y una alegría sin parangón, todo junto cuando el referí pita el comienzo del partido. Resta imaginar después en qué terminará todo eso. Ve en el fútbol el anhelo de destacarse que lo marcó de niño, el “Quiero ser como el Diego” que nunca llegó. Se cree que mirando fútbol está contribuyendo con el deporte, que la panza de cerveza automáticamente se desinflará, que el árbitro lo escucha a través del vidrio de la tele, que los jugadores tienen un audífono que registra sus opiniones sobre dónde patear. Apenas empieza el primer tiempo, el hombre sufre un cambio en su dialecto: por más culto que sea, automáticamente pierde las eses por el camino, y todo lo que sale de su boca suena indefectiblemente “a negro”. Ej: Palermo se tiene que retirá´ del fúlbo, loco. No puede jugá´ má a náa. Orsai, jué, orsai! Qué ta mirando, referí de papi! Ponémelo a Esqueloto, viejo! Y similares.
La mujer, en cambio, mantiene una relación mucho más distante, contemplativa y hasta a veces de crítica destructiva para con este noble deporte. Apenas se acerca a él, trata de aprehenderlo, más que nada para no quedar como una ortiva cuando los amigos de su novio se juntan a ver un partido. Con el paso de los años, se da cuenta de la cruel realidad: son 22 hombres maduros, padres de familia y deportistas consagrados, corriendo como bodoques lobotomizados atrás de una esfera de diseño horrible, tirándose al piso como maricones al más leve toque, escupiendo en el piso, rompiendo el pasto, con lo que cuesta hacerlo crecer! y demás. Qué clase de ejemplo están recibiendo sus maridos, sus hijos, sus sobrinos??? No entiende cuándo es penal, cuándo es offside y cuándo no tiene que preguntar si van empatando 0 a 0, porque es probable que reciba un botellazo de Quilmes en la frente.
La Cocina
Aún siendo ámbito exclusivo de la mujer, en esta sociedad machista en la que vivimos, la cocina fue ganando adeptos en el sector masculino, aunque siempre manteniendo extremas distancias.
El hombre irrumpió por primera vez en la cocina cuando vio que era socialmente aceptado, con personajes como Karlos Arguiñano o Martiniano Molina copando la tele: “si este ex-jugador de handball, tan desarrollado y viril, puede hacer un cordero con salsa de cerveza, yo, que juego al truco con los muchachos hace más de 15 años, me pongo un restaurant!”. No se dan maña para absolutamente nada: su reino se reduce a la comida frizada (obviamente preparada por su contrapartida femenina y almacenada en caso de emergencia), salchichas, milanesas, hamburguesas, pastas sin salsa y todo lo que se cocine en menos de siete minutos, que es el tiempo máximo atencional que puede dedicarle a un solo asunto. La sartén es un misterio, el aceite va sólo en el auto, los huevos son demasiado frágiles para este mundo difícil, el pan lactal va con todo, igual que la cerveza. Hasta que llega su redención absoluta: el asado. Ahí no hay pero que valga, es el único que puede prender un fuego como la gente, que sabe qué tipo de carbón es mejor, etc. Es un momento de introspección e intercambio de opiniones masculinas: cada uno tiene una manera distinta, está el que lo hace con bolas de papel de diario, el que compra carbón y cajones de manzana, el que compra pastillas, el que lo prende con nafta y el que, para avivarlo, le tira desodorante Colbert.
La mujer, en cambio, está en su ambiente. Todavía atesora con adoración el libro de Petrona C. de Gandulfo, regalo de su abuela, y eternamente lo consulta, aunque sólo sea para preparar un flan. Hace comidas elaboradísimas, para dos personas que siempre se van a quedar con hambre, porque si llena mucho los platos no los puede decorar con gotas de salsa de puerro con centolla. Detesta que interrumpan su labor o que los hombres se pongan creativos en la cocina, porque nunca, NUNCA lavarán los 17 recipientes que usaron para cocinarse un pancho. Se mata con agua Ser, que es placer y cuidado, Activia, para regular su tránsito intestinal lento, y leche de soja, que es menos pesada que la leche entera. No disfruta un carajo de todo lo que ingiere, porque en el fondo sabe que lo único que necesita para ser feliz es un alfajor triple de maizena.
Cuidado Personal
He aquí un punto de comparación muy interesante, que de seguro tiene que ver con la configuración biológica de cada género. El hombre planta la semilla, la mujer la recibe.
El hombre es un ser que “deja fluir”. No retiene sus emociones ni sus emanaciones. Tanto es así que cada eructo que larga es un canto a la vida y a la libre digestión, y, así como ciertas especies influyen en el sexo opuesto mediante sonidos, el hombre piensa, equivocadamente, que cada eructo sonoro vuelapelos es un afrodisíaco inescapable y un llamado ineludible a la copulación segura. Peor es el caso de los gases, comúnmente denominado por este sexo como: hijo, pedo, sordo, bomba, metralleta, estallido, rompeportón, etc. Jamás los privará de su libertad: cuando están en puerta, deben ser independientes de su creador y volar hacia la atmósfera, no importa el ámbito. Un taxi, un ascensor, una cama compartida, una minúscula oficina: cualquier lugar es bueno para dejar hacer a la naturaleza. El leit motiv es simple: “Si tiene ruido y olor, mejor”.
La mujer, en cambio, es un ser biológica y genéticamente retentivo. Retiene líquidos, retiene gases, retiene heces, retiene eructos, retiene escupidas, gargajos, toses fuertes, estornudos, mocos indiscretos y cualquier cosa que se desprenda de su organismo. Si tiene ganas de liberar sus emociones naturales, cualesquiera sean, su única excusa es “voy al baño”. Jamás aceptarán que ese gas esquivo fue suyo o que ese ruidito no fue sólo un hipo pasajero. Hay una teoría, que aún están testeando en el MIT, que dice que las mujeres retienen toda manifestación corporal hasta aproximadamente los sesenta años. Es ahí cuando largan TODO lo que guardaron, todo junto, todo estruendoso, como un maravilloso show auspiciado por Cohetes Júpiter.
Comportamiento frente a la Tecnología
En el amplio y vasto mundo del aparataje tecnológico, se genera un salto inconmensurable entre géneros.
El hombre es, por definición, un aparato en sí. Por eso siente tanta afinidad con los mismos, y no es inusual encontrarlo husmeando cuanto dispositivo se cruce por su camino, aunque no sea más que una berretada del tipo “tarjeta con lupa y luz” o similar: mientras se pueda conectar a un puerto USB, es una maravilla digna de ser adquirida. Tiene programas para cualquier, cualquier cosa, desde calcular los días que faltan para el mundial hasta calcular qué días puede ponerla hasta que su mujer se indisponga. Como navegante asiduo (casi enfermo) de Internet, sus sitios favoritos son a. Porno, b. Olé, c. Hotmail (donde chequea su mail) o d. Gmail (donde chequea su mail de trampa). Tiene los accesos directos a TODOS los programas que bajó en su vida en el escritorio, ya son tantos que no se distingue a Pamela David de fondo entre tanto iconito. Guarda archivos con nombres indescifrables, como “14/04 ingresos”, y tiene las fotos del último papi que organizaron en la oficina, o “psitreluc27.doc”, donde encuentra detallados los teléfonos de los últimos tres gatos que contactó el fin de semana con el rubro 59 de Clarín.com.
En cambio, la mujer es por definición un ser analógico. Se quedó en el floppy, y llama “disquette” a cualquier medio de almacenamiento magnético. Sí, sí, aunque claramente se trate de un cd. Para ella, meter un 3 ½ y ver aparecer datos es magia negra, el Excel es un programa creado por extraterrestres mucho más avanzados que nosotros y dejado caer en el área 51, y conectar los parlantes demanda un curso intensivo de siete semanas, previa puteada delante. Indefectiblemente se mandarán más de una cagada delante del monitor. Antes de ponerse a revisar cuál puede ser la causa, sentencian: “Rodolllfoooo, me tira error del sistema! Y yo te juro que no toqué nada”, con el mejor tono de inocencia que pueden impostar. Cliquean en cada banner, pop-up o potencial virus que encuentren, porque aún no han establecido un patrón de prioridades que diferencie un “404 Page not found” de un “Está a punto de formatear el disco C. ¿Desea continuar?”. Se enciende la señal de alarma cuando cancherean y chequean mail, o leen el diario en Internet. Claramente, están copando un territorio netamente masculino.
Aún en medio de estas irreconciliables diferencias, los seres humanos encontramos la manera de relacionarnos y bancarnos mutuamente estos rayes.
Tonight's song: Llueve - Rosana. Best served with: no sé, lo escuché recién y cuajaba con la situación.
martes, mayo 16, 2006
Hay
Abrazos que ahogan, brazos que aprisionan. Besos que sellan labios y no dejan respirar. Caricias que arrancan jirones de una espalda, que dejan claros de luna en una coronilla antes frondosa. Celos que te siguen en un taxi. Camas pequeñas que abarcan las distancias más grandes. Inseguridades que revisan cartas, mails y charlas. Llamadas que tiran con mano firme del collar de ahorque. Caprichos que socavan las más hermosas voluntades. Obsesiones que moldean proyectos apresurados, que ponen un pañuelo embebido en cloroformo al libre albedrío. Soledades impostadas, necesidades dibujadas, pobres víctimas de un pasado poco propicio y muy triste, inmerecido. Palabras que de tan dulces empalagan, que dejan los oídos pegoteados y un regusto acre cuando se escuchan en demasía. Dependencias que obligan al independiente a la constante perfección, a la existencia libre de toda mácula. Rutinas que se vuelven dogmas, que horadan la espontaneidad y erosionan la sorpresa. Cuidados excesivos que algodonan el normal discurrir de las etapas, que taponan las lúdicas sensaciones de la experimentación en primera persona.
Y hay un momento para sentarse a escribir.
Tonight's song: Everything is (falling into place) - Kevin Johansen. Best served with: ¿una lista con lo que no hay?
Y hay un momento para sentarse a escribir.
Tonight's song: Everything is (falling into place) - Kevin Johansen. Best served with: ¿una lista con lo que no hay?